diariodeunaguionista

Blog de Gilda Santana

CUANDO LA PERIODISTA ES TONTA

Hace dos semanas se publicó la noticia. Aquí el primer párrafo tal y como apareció entonces:

“Las Televisiones Autonómicas agrupadas en FORTA, en su apuesta por impulsar la producción audiovisual y reforzar sus contenidos, han decidido acometer la producción de una serie de ficción para televisión, con el título provisional de «El Faro», cuyo rodaje se iniciará el próximo mes de julio, con la previsión de que se trate de una emisión diaria.”

Hasta aquí, todo bien. Por ninguna parte decía quién había dado vida a EL FARO, pero entonces no me importó mayormente. De lo que se trataba era de comentar el hecho, insólito, de que doce cadenas se hubieran puesto de acuerdo para emitir la misma serie. Mi serie.

Esta historia se remonta a 2007. Entonces yo trabajaba en Zeppelin y un buen día, entre reality y reality, me llamó Zaza Ceballos, entonces Directora de Ficción del Grupo Endemol, para encargarme un argumento para una serie diaria. Me reuní con ella, me contó lo que quería, le presenté, pocos días más tarde, una propuesta de argumento general, le gustó, se lo desarrollé, y se lo dejé listo como para mover el proyecto. Lo registramos y poco después me dijo que no era el momento adecuado para producir aquella historia que quería hacer para la televisión de Galicia.

Después de aquello hice otros dos trabajos para Zaza, monté cientos de horas de resúmenes de realities, escribí y publiqué un libro, volví al teatro, y me decidí a rescatar de un viejo disco duro una novela que tenía aparcada hace años. En esas estaba el martes 26 de febrero cuando Zaza me despertó tempranito en la mañana para darme la noticia de que había llegado el momento de producir aquella serie y preguntarme si tenía disponibilidad para hacerle una biblia[1] de cien páginas y ocuparme luego de ponerme al frente de los contenidos y coordinar el equipo de guion. Le dije que sí.

Desde entonces y hasta el 25 de abril trabajé sola: cree personajes, les escribí sus historias y les construí los conflictos que les permitirían generar contenidos  para los 120 capítulos de una hora que me habían encargado. El 25 y 26 de abril tuve la primera reunión con mi equipo de guion. El 2 de mayo a las 12.18 del mediodía, después de una noche en blanco en la que introduje los últimos cambios, envié la biblia definitiva que la productora llevó a la cadena. A partir de ese momento empezamos ese arduo proceso en el que se discuten los contenidos de cada capítulo, se va tramando cada historia y se organiza la estructura en una especie de pre escaletas, se hacen las escaletas de cada capítulo, se revisan y corrigen otra vez, se le envían a los dialoguistas, se reciben los capítulos de vuelta, se les ponen notas con comentarios para corregir, y se vuelven a revisar, una vez corregidos, para darlos por definitivos y mandárselos a producción. De momento, y a falta de que se incorpore un quinto guionista, somos cuatro: Rosa Castro Legazpi (una extraordinaria y muy experimentada guionista gallega) y Esperanza Mendieta, (Mendy, una excelente narradora aragonesa que incursiona por primera vez en el guion de ficción) escriben los diálogos. De contenidos y escaletas nos ocupamos Isabel Arranz, de Madrid (que ha toreado en ficción, reality y todo lo que se ha terciado y que acaba de tener un gran éxito de público en el teatro con su obra Sofocos) y yo, que también llevo la coordinación de todo.

La semana pasada mi productora me habló del interés de alguien en hacer un reportaje sobre nuestro trabajo. Por esas cosas de la vida, y porque el mundo es a veces así de pequeño, la directora de casting, Mariam Grande, de “La Lunares Casting”, es mi vecina de al lado. Iba a venir, según me dijo la productora, una periodista de Aragón TV con un camarógrafo, para pasar por el casting y luego subir a casa, donde tengo montada nuestra oficina de guion, para ver como trabajábamos y hacernos una pequeña entrevista.

Y la hicimos. Habló con Mendy y conmigo. A pesar de que vino antes de lo pactado y que le pedí que esperáramos por Isabel, que había tenido médico con su niño esa mañana, no mostró ningún interés y lo único que hicieron cuando Isabel llegó fue tomarle unos segundos escribiendo en la pizarra para usarlos como “recurso”.

Y hoy me encuentro con que Europa Press ha mandado esta nota a 20 MINUTOS:

http://www.20minutos.es/noticia/1858993/0/

Por si no va el link, copio y pego un párrafo:

«El guion es responsabilidad de un equipo en el que se encuentra la guionista aragonesa, Esperanza Mendieta, quien ha explicado que la historia cuenta con todos los ingredientes para atrapar a los espectadores».

¿Perdón?

Siempre se ha hablado de la invisibilidad de los guionistas y entre nosotros es motivo de burla (y de cabreo, por qué no) esa extraña (y pésima) costumbre que tiene la prensa de ignorar sistemáticamente a quienes dan vida a las historias. A todos. En general parece que las series y las películas se escriben solas. O que se las inventan los actores. O el director. O el productor. Ya es raro ver alguna nota donde se mencione a quienes han creado cada personaje, cada situación, cada frase. Lo novedoso, en este caso, es la omisión de todos los nombres de quienes no hemos tenido la suerte de haber nacido en la tierra de la periodista.

Alguien podría decirme que, la pobre, era corta de memoria. Pero en mi caso en particular, estuve y la tuve en copia de todos los mails donde se acordó la entrevista. Y fue a mí a quien llamó el día anterior y el día en que la hicimos. Y fue en mi casa donde la recibí. ¿De verdad se olvidó de que le habían dicho que la recibiría Gilda, que es la autora de la serie y la coordinadora del equipo de guion? ¿De verdad se olvidó de que fue conmigo con quien más tiempo estuvo grabando y quien le contestó más preguntas?  Pues no. Se olvidó, casualmente, de TODAS las que no somos sus compatriotas. Curioso. Muy curioso.

Total, que de los creadores de “Las series se escriben solas” llega esta nueva entrega: “Las series las escriben los que nacieron en mi comunidad”. Pues no, tonta. Las series las escribimos los que las escribimos, hayamos nacido donde hayamos nacido. Y otra cosa, yo no me he olvidado de tu nombre, tan largo, con sus dos apellidos, uno de ellos compuesto. Solo que no voy a ponerlo para no sacarte los colores. Pero la próxima vez que mandes una nota, hazlo bien. Y antes, infórmate un poquito para preparar una entrevista. Para empezar no te costaba mucho “googlear” los nombres de las guionistas, digo yo. Te hubieras enterado de cuatro cositas. Y sé un poquito más educada y más agradecida, por favor. Sobre todo si la persona que te recibe de mil amores en su casa es la autora de aquello sobre lo que vas a escribir. Porque te guste o no, y aunque no haya nacido en tu tierra sino en Cuba, EL FARO es mi serie, tonta.

Es que hay que ser muy tonta, la verdad.


[1] Se le llama “biblia” al documento donde se desarrolla el argumento general y los perfiles de personajes de una serie.

Los números de 2012

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2012 de este blog.

Aquí hay un extracto:

19.000 personas caben en el nuevo Centro de Barclays para ver la actuación de Jay-Z. Este blog fue visto sobre 83.000 veces en 2012. Si fuera un concierto en el Centro de Barclays, tomaría cerca de 4 conciertos con entradas agotadas para ganar estas visitas.

Haz click para ver el reporte completo.

UN POQUITO INSUMISA

Cabecera

Hace hoy un año y cuatro días publiqué en este recién nacido blog un post titulado UNA MALETA ROJA LLENA DE RECUERDOS donde hablaba de las cintas en las que, durante varias ediciones, un niño que solo tenía 12 años cuando le puse la tarea, grabó las galas y resúmenes de Gran Hermano desde el primer día.

Desde que hice pública la existencia de esas cintas, no he dejado de recibir peticiones para que suba su contenido a YouTube. Vamos por partes: subir los contenidos de cualquier programa de Tele 5 a YouTube es inútil porque en apenas unos minutos son censurados. Sé de sobra que todas las imágenes de Gran Hermano pertenecen a T5. Todas. Incluidas las fotos que puse en mi libro y por el uso de las que estoy obligada a compartir con la cadena mis derechos de autor. Entiendo y comparto, en la mayoría de los casos, las regulaciones de los derechos. Y hasta puede parecerme medianamente razonable que si una cadena cuelga sus contenidos en su página web, no quiera verlos en otras. Hasta ahí. Pero ¿y si a la cadena no le interesan esos contenidos y no los considera dignos de aparecer en su página? ¿Debemos renunciar a volver a verlos por siempre jamás?

Independientemente de la censura, subir contenidos a la red no es tan fácil como podría parecer. Mucho menos si, como ocurre con las primeras ediciones de GH, las únicas copias disponibles están en viejas cintas de VHS. Para subirlas primero hay que “digitalizarlas”, y para eso hace falta un cacharrito con su programa para instalar en el ordenador y mucho-mucho tiempo y paciencia para ver programa a programa en tiempo real mientras se digitaliza, no quitarle ojo para detener la digitalización y la cinta cada vez que termina uno, abrir otro archivo para el siguiente, volver a comenzar el proceso, y así hasta donde el tiempo y la paciencia alcancen. Después toca revisar cada archivo, quitarle las publis con un programita de edición y, una vez limpios, intentar la subida, clasificar, etiquetar y rezar para que el proceso no se detenga por cualquier causa. Es absolutamente descorazonador ver un aviso de interrupción cuando ya estaba cargado el 97% del material. Me ha pasado antes de ayer. Y ayer. Y a pesar de eso y de mi torpeza para todas las cosas técnicas, he insistido.

He comenzado con la Gala 0 de GH1. Me pareció la única manera de comenzar. A partir de ahí voy solo con los resúmenes (las galas si están colgadas en la web de la cadena, o al menos lo estaban hasta hace un tiempo). Mis resúmenes diarios y los de los domingos, que hacía mi querido Marco Tulio y que llevaban, en su primera mitad, un “resumen de resúmenes” de la semana y en la segunda mitad los contenidos de viernes y sábados. Intentaré colgar desde el primero y ojalá pueda llegar hasta el último. Al menos de esa primera edición. Me falta uno, el del 12 de junio. A la hora que se emitió, el niño que los grababa cada día estaba en quirófano con un brazo hecho polvo. Y su madre sentada fuera hecha un manojo de nervios. Y en casa no había nadie para pulsar el botón de “REC”. De los restantes, alguno está incompleto. Los niños de doce años a veces se quedan dormidos al llegar del colegio. O detienen la grabación en una ida a publi y se tardan un poquito en reanudarla luego. Igual es lo mejor (y lo único) que puedo ofreceros.

Mientras escribo esto está subiendo la segunda mitad de la primera gala en Dailymotion. La primera ya está disponible. Iré poniendo links en mi página de FB Diez años en Gran Hermano: Diario de una guionista. Estad atentos. Podéis dejar comentarios allí. Y si queréis verlos, daros prisa. Aunque en Dailymotion hay, ahora mismo, 35.882 vídeos de Gran Hermano, algunos de los cuales llevan tres años colgados, no sé si mañana los van a censurar, me van a llamar para echarme la bronca o me van a expulsar directamente del país. En todo caso hoy he decidido ser un poquito insumisa y compartir con los lectores de mi libro y con todos los nostálgicos de Gran Hermano el contenido de mi maleta roja. Espero que lo disfrutéis.

NI MY WAY ES DE SINATRA NI DOS GARDENIAS DE MACHÍN

No sé si se trata de guionistas y productores perezosos, de presentadores ignorantes o de una conspiración destinada a que los espectadores seamos cada día más incultos. Pero me gustaría saber quién es el responsable de tanta desinformación en los programas de televisión dedicados a la música.

Vaya por delante que los temas de derechos de autor y créditos me ponen muy sensible. Y no hablo de pagos, que esos, en el caso de los compositores, parecen funcionar mejor que en otras áreas de la creación. Hablo, sobre todo, de reconocimiento, en el caso de los autores, y de conocimiento, en el de los oyentes-espectadores.

No hay una vez en la vida en que alguien cante My way en un programa de TV, que no se presente como “una canción de Sinatra”. A ver si nos enteramos: Sinatra no fue compositor ni falta que le hacía. Cantaba como cantaría Dios si Dios cantara, pero antes de ponerse ante un micrófono y abrir la boca, necesitaba que alguien tuviera la inspiración y el talento para hacer la canción. En el caso de My way su deuda es internacional y amplia, porque Paul Anka, el compositor e intérprete canadiense autor de la versión en inglés, lo que hizo fue poner otra letra a un trabajo de tres franceses, Gilles Thibaut, Jacques Revaux y Claude François, que habían escrito, en 1967, Comme d’habitude, popularizada por  François. Se dice que cuando Paul Anka escuchó la canción,  les compró los derechos para hacer una versión en inglés en la que conservó la melodía de Revaux y François y agregó una letra de su autoría que no tiene nada que ver con la canción francesa. La nueva canción, llamada My Way, fue grabada por Sinatra en 1969, pero ni su versión ha sido la única (Wikipedia recoge 107 nombres de intérpretes en lo que llaman una “lista parcial de artistas que han realizado versiones de la canción”) ni haberla popularizado lo convierte en su autor. Probablemente mucha gente que no conoce a Paul Anka, vivo, en activo y peleón (acaba de ganarle un pleito post mortem a Michael Jackson por la coautoría de This is It, que compusieron juntos en 1983 y Jackson había grabado sin darle crédito) se acercaría a su creación y disfrutaría de ella, si alguien se molestara en mencionarlo cuando suena My Way.

paul anka

Podría poner un montón de ejemplos. Hace unos años tuve una discusión con una compañera de trabajo en Guadalix que vino a decirme que Dos Gardenias era de Machín. La cantaba Machín, le dije, pero no era suya, su autora se llamaba Isolina Carrillo. Cómo me vas a decir que no es de Machín, insistió. Que no, porfié yo (ventajas de haber tragado mucha radio en Cuba en la infancia, cuando apenas teníamos seis horas de televisión al día), que Machín ni siquiera fue el primero en cantarla. El primero fue Daniel Santos, el puertorriqueño, que la grabó orquestada por Pérez Prado, el “rey del mambo”. Ni por esas: ella seguía anclada en que Dos gardenias era de Machín y no oía razones. Es que Machín no era compositor, le dije, googléalo y verás. Ah, y por cierto, Angelitos Negros tampoco es suya, es un poema del venezolano Andrés Eloy Blanco, al que un mexicano puso música (Manuel Álvarez Maciste, aunque en aquel momento no pude decirle el nombre, porque no lo sabía) y popularizó Pedro Infante. Mi compañera, segura de que yo había perdido la cabeza después de pasar la noche montando el resumen de GH, fue a Google, volvió cinco minutos más tarde y me hizo una pregunta: “¿y entonces por qué aquí toda la vida nos han dicho que Dos Gardenias es de Machín?”

isolinacarrillo3Isolina Carrillo: ella compuso Dos Gardenias.

Sé que generalmente tendemos a regalarle la autoría de las canciones a aquellos que las hacen populares. Sobre todo porque quienes se paran en los escenarios, graban discos y acumulan fans son los que cantan, y como al compositor nadie (a veces ni el mismo intérprete) lo menciona, solemos pensar que la canción “andaba por ahí” o que todo el mérito es del intérprete. A veces una canción se hace tan popular y recorre tantos países y tantas generaciones, que ni siquiera se la adjudicamos a quien la cantó primero o la ha hecho más popular en el mundo, sino a quien la ha hecho popular en nuestro país, en nuestra época o en nuestra lengua. Si preguntáramos por Contigo en la distancia, alguien de la generación de mi madre nos diría que es un bolero de Lucho Gatica, de Pedro Infante o de Olga Guillot, mientras que los más jóvenes nos asegurarían que es una canción de Luis Miguel o de Christina Aguilera y algún brasileño terciaría para atribuírsela a Caetano Veloso. Pues ninguno tendría razón, porque esa canción, uno de los grandes boleros de la historia, es de César Portillo de la Luz, un habanero de 90 años a quien escuché cantarla más de una vez, que aún se mantiene activo con su guitarra en brazos, y que fue, junto a otros compositores de su época, uno de los creadores del feeling, esa manera cubana de cantar boleros con influencia armónica del jazz, que ha pasado de generación en generación y a la que Pablito Milanés ha rendido homenaje en seis álbumes, desde Feeling, en 1981 hasta Feeling 6, en 2008.

Portillo

Entiendo que la mayoría de las veces no nos importa quién ha compuesto una canción por mucho que nos guste. Pero de ahí a que un programa de música no solo se reserve el dato de la autoría sino que hasta se permita el disparate de atribuir la canción a otro, va un largo trecho. ¿Necesita un intérprete que, además de su trabajo como cantante, se le reconozca por algo que no es suyo? ¿De verdad cuesta tanto informarse un poquito antes de regalarle al Cigala, que no lo necesita, la autoría de Lágrimas negras? Y conste que el ejemplo no me lo estoy sacando de la manga, porque ya en su día, en una gala de Operación Triunfo, tuve que oír como Jesús Vázquez decía que Lágrimas Negras, una canción que estoy escuchando desde que tengo uso de razón, era “la canción de El Cigala”. Os tengo una mala noticia compañeros: Lágrimas Negras es una canción de Miguel Matamoros, se escribió en 1929 para ser interpretada por el Trío Matamoros, está considerada el primer bolero-son de la historia, la han cantado, entre otros muchos, Celia Cruz, Cesaria Évora, Compay Segundo y todos los cubanos que hemos cogido alguna borrachera en los últimos 83 años, y ya llevaba 74 años sonando cuando Diego el Cigala hizo su versión en 2003. Y esto no lo digo con la intención de restar méritos al intérprete (que su versión me gusta y me emociona) sino con el dolor de ver cómo se despoja de todo el mérito a quien compuso la canción y se priva al espectador de un dato que podría estimularlo y conducirlo a búsquedas que al final terminarían por enriquecer su cultura musical.

matamoros

Hace unos días, en la gala del 5 de diciembre de La Voz, uno de los concursantes iba a cantar Piano Man, una canción que fue un éxito en 1973, está considerada una “de las más memorables canciones del rock en piano”, dio título al disco del que formaba parte, se ha seguido versionando y cantando durante 29 años y tiene hasta su propia página en Wikipedia (en realidad dos: en español y en inglés). El presentador del programa, sin despeinarse, la anunció como “la canción de Ana Belén de toda la vida, vamos”. ¿En serio? ¿Y Ana Belén es compositora? Es que ni a Víctor Manuel, que hizo la versión en español de la canción, le tocó nada. ¿De verdad cuesta tanto decir “de Billy Joel popularizada en España por Ana Belén”? ¿O es que los guionistas y los productores del programa no tienen ni un simple ordenador con conexión a Google? Y el presentador ¿no sabe que eso es un disparate? ¿O lo sabe y repite lo que le escriben sin más? ¿O es, como dije antes, una conspiración para hacernos a todos más incultos?

Piano man

Por esas cosas de la vida, justo al día siguiente, en Pasapalabra, un programa que no me pierdo, uno de los roscos tenía la siguiente pregunta: “Con la J: Apellido del compositor de Piano Man”. Lo único que acerté a pensar fue: menos mal que esto estaba grabado, porque si el concursante vio La Voz anoche, va a volverse loco intentando encajar “Belén” en la “J”. Por cierto, no consiguió responder la pregunta ni en la segunda vuelta. Pobre, seguramente es seguidor de los programas musicales de nuestra televisión.

Dedicado a mis queridos Bibiana Berná y Camilo Hernández, que no se conocen entre ellos, pero se cabrean con la misma intensidad que yo a causa de esto.

CUARTO MILENIO: UNA EXPOSICIÓN NO VISTA, UN TRATO DEPLORABLE

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Vaya por delante que me gusta Cuarto Milenio. Así, sin más explicaciones. Y me gustan Iker y la mayoría de sus colaboradores, aunque siento especial debilidad por Paloma Navarrete (a quien no conozco de nada) y por Javi Pérez Campos, con quien compartí firma de libros en la Feria del Libro de Madrid y a quien sigo encontrándome en Twitter, sobre todo los domingos a medianoche, cuando tantos seguidores del programa nos damos cita para comentarlo en las RRSS.

Por eso, y porque tenía en mis manos el último libro de Javi y quería que me lo firmara, ayer sábado me fui hasta la exposición de Cuarto Milenio en el Colegio de Arquitectos de Madrid.

Llevo tantos años dedicada a esto de la tele (y antes al teatro), que no me llaman mayormente la atención los elementos de atrezo. Pero a pesar de eso, quedé con mi hijo y con unos amigos y, a las 5.15 de la tarde nos pusimos en la cola, que recorría todo el inmenso patio interior del recinto, salía a la calle Hortaleza, giraba por la larguísima calle de la Farmacia, y volvía a girar por Fuencarral. A las 9.10 de la noche, cuando solo faltaban cinco minutos para redondear las CUATRO horas de cola, conseguimos, al fin, entrar. Un momento antes, en el patio, me encontré a Javi que iba saliendo para un programa de radio, conversamos un poco en lo que me llegaba mi turno de entrar, hablamos del éxito de acogida de la exposición, me firmó su libro y hasta nos hicimos una foto. Nada me hacía sospechar que estaba a punto de llevarme un inmenso disgusto.

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Nada más traspasar la puerta, se nos dijo que tendríamos solo diez minutos para ver todo. Aunque leo rapidísimo, supe, desde que vi el primer cartel, que no habría nadie en el mundo capaz de leer en diez minutos ni la décima parte de los carteles que explicaban cada instalación. Decidí, porque soy disciplinada, ir lo más rápido posible, sin leer. Una machacona voz por megafonía seguía diciendo, con un silencio de solo unos pocos segundos entre un aviso y otro, que disponíamos solo de diez minutos. Entonces resolví saltarme algunas secciones e ir directamente a las que más me interesaban, pero por más que lo intentaba no me quedaba ni con una palabra, ni con una imagen, ni con nada de nada. La megafonía nos aguijoneaba con un conteo regresivo en plan “quedan cinco minutos, por favor, abandonad la sala”, “quedan dos minutos, por favor, id saliendo”, mientras dos azafatas que parecían programadas por alguno de los entes diabólicos allí expuestos, repetían lo mismo que se nos decía por megafonía. Para hacerlo, se te encimaban hasta pegar su cuerpo al tuyo y reproducían, como si fueras sordo o tonto, el mismo discurso con que te estaban machacando desde el momento de entrar: que tenías que salir ya. Aquello, que había pasado de la categoría de exhortación a la de fustigación, era inaguantable. Un señor que venía detrás de mí empujando un cochecito donde llevaba a su pequeño, y que se había hecho un largo viaje desde Granada para ver la exposición del programa del que es fan, harto del vapuleo, dijo que no se iba, que había hecho cuatro horas de cola con su niño y quería ver todo. La respuesta de la azafata fue que ella no trabajaba allí (sic) y que saliera ya. Mientras el señor intentaba seguir viendo (estábamos ya a cinco metros de la salida), ella seguía acosándolo sin respirar argumentando que tenía que salir porque había más gente que quería entrar. Luego de unos minutos de tira y afloja entre el indignadísimo señor (a quien di la razón e hice una foto con su consentimiento para contar lo ocurrido) y la azafata, tiré la toalla, pasé de lo que me faltaba por ver (que era practicamente todo) y salí a la calle aliviada de haber escapado de aquella tortura, asqueada del trato que había recibido y sin ver prácticamente NADA de la exposición.

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Está bien hacer una exposición de un programa que tiene tantos fans como Cuarto Milenio. Está muy bien, en los tiempos que corren, hacerla de forma gratuita. Está más que bien que los colaboradores del programa hayan sacrificado su fin de semana para estar allí (aunque a la hora que me tocó entrar ya no quedara ninguna cara conocida). Sé perfectamente que la producción de Cuarto Milenio y los organizadores de la exposición no contaban con la avalancha de público. Alguien me comentó que en el Colegio de Arquitectos hicieron el esfuerzo adicional de no cerrar a la hora de la comida como estaba previsto. Y sé que lo que se proponían con limitar el tiempo, era que consiguieran entrar todos aquellos que aún esperaban fuera. Pero ¿tiene sentido entrar a una exposición que no te dejan ver? ¿No sería mucho más honesto sincerar el tema, hacer un cálculo e informar a la cola de la imposibilidad de entrar? Cuando te pones en una cola como esa, no sabes la capacidad del recinto. Si alguien te informa de que solo pueden entrar equis personas a la vez y que cada grupo solo podrá permanecer dentro equis tiempo, puedes sacar tus cuentas y tomar una decisión. Estoy segura de que tanto Iker como cualquiera de los que trabaja en Cuarto Milenio saben que es imposible ver la exposición en un tiempo tan corto ni disfrutar nada en medio de semejante fustigación y que no hubieran estado de acuerdo con lo que estaba ocurriendo allí. Pero ellos ya no estaban y a nadie de los que decidían aquello le importaba lo más mínimo que vieras algo o no o que te fueras a casa con un enfado épico. Eso sí: si lo que buscaban era dar unas cifras, lo han conseguido: decenas de miles de personas, según quien lo cuente, habrán “visto” la exposición de Cuarto Milenio. Aunque “ver” no sea, ni por asomo, la palabra aplicable a lo que allí pasaba cuando me tocó entrar. Si alguien me pidiera que definiera mi tarde-noche del sábado en dos palabras, tengo claro que elegiría “acción y efecto de maltratar y frustrar”, o sea, en dos palabras: “maltrato” y “frustración”.

Ah, por cierto, fantástico, entretenido y muy-muy bien escrito el libro En busca de lo imposible de Javier Pérez Campos con un excelente prólogo de Iker Jiménez. Anoche lo empecé y estoy a punto de terminarlo ya.

ALGUNAS RECOMENDACIONES PARA EL CASTING DE GH

GH

Desde que se convocó el casting para GH 14 no dejo de recibir y contestar preguntas en FB y Twitter. Aunque las claves para concursar y hasta para ganar Gran Hermano, están en mi libro Diez años en Gran Hermano: Diario de una guionista (donde he analizado comportamientos individuales, he reflexionado acerca de lo que el espectador “compra” o “no compra” y he hecho una valoración de las actitudes que condicionan el éxito en el paso por la casa), entiendo la preocupación de todos los que quieren acceder al programa, así que intentaré aquí un resumen.

Lo primero que tienes que hacer si quieres concursar en GH es inscribirte al casting. Parece una obviedad, pero mucha gente me dice que quiere entrar al programa y que no se han inscrito nunca. Nadie va a ir a buscarte a casa. Inscríbete. Estás a tiempo. Pero date prisa.

Para hacerlo hay que llamar al 806 502 502. Ese es el primer paso. Allí, en ese número, te darán un usuario y una contraseña. Asegúrate de anotarlos bien. Son tu llave para acceder.

Cuando tengas tu usuario y contraseña (que valen durante varios días, así que no tienes que inscribirte en el mismo momento en que las obtengas) debes entrar a la página web de Gran Hermano: http://www.granhermano.com/gh12mas1/. Sí, ya sé que pone “GH12mas1”. No te preocupes. Es la página oficial y fue creada durante la pasada edición, por eso lleva ese nombre. Pero es esa. Allí vas a ver, en portada, el banner que pone “Casting oficial Gran Hermano Catorce”. Cuando lo pinches, podrás registrarte, pero ATENCIÓN a un par de cosas antes.

Te van a pedir que adjuntes tres fotos: una de cara, otra de cuerpo entero y una con un grupo de familiares o amigos. Ten las fotos seleccionadas ya en tu escritorio y listas para adjuntar. Elije aquellas en que mejor se te vea y que mejor te definan.

Lo otro que van a pedirte, y que este año es requisito indispensable, es un vídeo de un minuto. Puedes tenerlo previamente grabado o hacerlo directamente por la webcam. Yo te recomendaría, sin duda alguna, la primera opción. Sesenta segundos son muy poco tiempo y en pausas y titubeos se te puede ir la mitad. Piensa bien en lo que crees que son tus puntos fuertes (tu sentido del humor -si lo tienes-, tus habilidades, tu capacidad para relacionarte, sorprender, entretener, crear expectativas, lo que sea) y grábate contándolo y diciendo por qué quieres y por qué crees que deben elegirte para GH. La idea del vídeo es “venderte” como candidato. No la desaproveches. Arréglate como si fueras a un casting presencial, ubícate en un lugar con buena luz y “véndete”. Si lo estás grabando y no queda a tu gusto o consumes el minuto sin haber dicho ni la mitad, siempre puedes repetirlo hasta que estés satisfecho con el resultado. Si lo haces a través de la webcam, no tendrás las mismas oportunidades.

En mi página de FB (que se llama como el libro) he copiado los requerimientos que deben cumplir estos archivos de fotos y vídeos. Pásate por allí si tienes dudas.

Una vez que tengas las fotos y el vídeo localizables en tu PC, ya puedes inscribirte. Lo primero con lo que te vas a encontrar es un cuestionario. Cerciórate de contestar cada pregunta y trata de no usar lugares comunes. Hay frases, como lo de ser “amigo de tus amigos” que están muy gastadas y son absurdas. Lo realmente impactante sería que fueras “amigo de tus enemigos”. Cuenta lo que creas que te define mejor y da una idea más clara de ti, e intenta contarlo con claridad y originalidad.  Y no uses mayúsculas para escribir todo el texto. Es muy cansino leer un texto todo en mayúsculas. Y no tiene sentido. Si lo haces por no poner acentos, no consigues nada: las mayúsculas también se acentúan. Y si te avergüenza tener faltas de ortografía, abre un documento de Word y mantenlo minimizado. Ante la duda con una palabra, ábrelo, escríbela allí y verifica que está correctamente escrita. Es tan simple como eso.

Si intentas inscribirte y no puedes, sigue intentándolo en otros horarios o hasta desde otra IP. A fin de cuentas los registros se hacen mediante un sistema informático que a veces se colapsa. Pero insiste por esa vía. No hay otra. Ni mandar cartas, ni hacer llamadas ni muchísimo menos aparecerte en el casting presencial si no has sido citado.

Parece una perogrullada, pero: NO MIENTAS. La mentira tiene las patas cortas y todo termina por saberse. Sé honesto al contestar tu cuestionario, escribe respuestas claras y concisas, adjunta tus fotos y tu vídeo y a esperar que te seleccionen para el casting presencial.

Si esta no es la primera vez que te presentas, puedes elegir decirlo en el cuestionario o no. Cada casting se hace desde cero. Hay quien prefiere entrar cada año como si fuera su primer intento (es lo que yo haría) y hay quien prefiere quejarse de que lleva años intentándolo y no le llaman. Piensa que puedes haber cambiado y madurado, y que tu perfil ahora puede ser más interesante que hace unos años. Y enfréntalo como si fuera tu primera vez. Con quejarse y lloriquear por lo que pudo haber sido y no fue, se consiguen pocas cosas en la vida.

Para los que no están en España y no pueden acceder por teléfono, la solución es que le pidan a alguien que llame en su lugar. Cuando esa persona obtenga tu usuario y contraseña, te las dará y podrás inscribirte aunque estés en Suazilandia. Eso sí, deja en el cuestionario un número telefónico de España donde puedan citarte. Si te citan, tendrás que venir para asistir al casting presencial.

Los castings no se hacen en todas las ciudades, pero siempre te citarán a la más cercana a tu lugar de residencia. Debes estar muy atento cuando te llamen para anotar los datos de día, hora, lugar y lo que te van a pedir que lleves.

Si no te llaman, significará que no has pasado la primera fase. Es inútil que averigües dónde va a ser el casting presencial y te aparezcas allí. Si no estás en las listas es porque no has sido seleccionado y no te dejarán pasar. Tampoco sirve de nada llamar a nadie ni intentar averiguar nada con antelación: si te han seleccionado, te llamarán hasta que te localicen. Si no recibes la llamada es que no pasaste la primera selección. Puedo asegurarte que los registros se ven TODOS. Siempre. Pero son decenas de miles. Obviamente no todos pueden ser citados al casting presencial.

Ya en el casting presencial es muy importante no intentar vender lo que no eres. Si dices que eres una persona desconcertante y no consigues sorprender a nadie, o que eres lo más divertido del mundo pero no logras arrancar ni una sonrisa, algo anda mal: o has mentido o tienes una idea equivocada de ti mismo. Es preferible que digas la verdad. A GH ha entrado gente que no es divertida o desconcertante. Lo importante es que seas auténtico. Que te muestres cómo eres realmente. Ah, y no vale de nada que te presentes con un “nominator” o una muñeca. Imitar a otros concursantes no es una buena idea y solo denota falta de personalidad. Ser como realmente eres y estar dispuesto a compartir tus sentimientos y emociones con el espectador son las claves para triunfar en cualquier programa de tele realidad. Aquí o en China. Intenta no gastar el tiempo de tu casting en decir obviedades. Si eres ocurrente o desinhibido o creativo, demuéstralo. No hace falta que lo digas. Piensa en tus verdaderas motivaciones y exponlas. Piensa en lo que te hace único y diferente (cada ser humano es único e irrepetible) y muéstralo. Y piensa que tú lo vales y que eres interesante para otras personas y que puedes comerte el mundo y estarás más cerca de conseguirlo.

Y una última cosa: Gran Hermano es un programa para gente absolutamente anónima (salvo muy pocas excepciones) y discreta. El equipo que hace el casting es un equipo profesional que lo único que tiene en cuenta es lo que lee en los registros y lo que ve en el casting presencial. A GH no se entra por ser muy activo en las RS, ni por tener plataformas de apoyo ni por ser “Trending Topic”. Olvídate. Y huye de todo eso. Si tus amigos están locos por apoyarte, que se esperen a que entres a la casa. Alguien que ventile en las RS que está en el casting, puede quedarse fuera a causa de eso mismo. Discreción es la palabra clave.

Espero haberte servido de alguna ayuda. Lo otro está en mi libro. Si ya lo has leído, tendrás buena parte del camino allanado. Ya sabes, de momento cabeza y corazón, paciencia y discreción. A mí solo me queda desearte buena suerte.

Ah, y lo he dicho cientos de veces, pero lo repito, porque veo que mucha gente no se entera: hace más de dos años y medio que no trabajo allí. Escribo desde mi experiencia, pero no sé qué días son los castings ni en qué orden están citando a las ciudades ni nada de nada de eso. Y si lo supiera, tampoco podría ventilarlo.

QUÉ MIEDO DAN A VECES LAS REDES SOCIALES

Hace apenas un rato estaba metida en el “Ultimas Noticias” de FB y me entró un mensaje compartido por un amigo. Se trata de una foto de dos hombres. Una de las caras aparece resaltada dentro de un cuadro rojo. Con letras rojas, sobre la imagen, puede leerse “se busca violo a una niña de cinco años” (sic). La nota al pie pone un nombre (con apellido y todo) al que se añade la ciudad y el estado de México donde supuestamente vive el hombre señalado y en la que se agrega lo siguiente (copio y pego tal cual): SE BUSCA POR VIOLAR A UNA MENOR EL PASADO 29 DE OCTUBRE COMPARTE ESTA IMAGEN POR FAVOR NO TE CUESTA NADA HAGAMOS QUE UN PEDERASTA MENOS ANDE POR LAS CALLES COMPARTE LA IMAGEN SERA DE MUCHA AYUDA, GRACIAS

Mi primer impulso, como sería el de cualquiera, fue “compartir”. En lugar de eso, copié el nombre y me lo llevé a Google. Lo “googleé” acompañado de diferentes criterios (“pederasta”, “violador”, “violación”, “México”, y hasta la fecha y el nombre de la ciudad y el estado). Nada. Solo una mención a que esto mismo había sido publicado en FB, pero al pinchar el link, un mensaje dice que no se puede encontrar la página.

Entonces me fui al origen de la foto que han compartido mi amigo y otras 8,328 personas*. Se trata del FB de un chico argentino (con una página que deja bastante que desear, todo sea dicho) que el 9 de noviembre, sin citar el origen, colgó esa foto con las letras superpuestas en rojo. No viene enlazada de ningún lado. No dice nada más ni da más pistas. Allí solo hay una imagen de un hombre al que se acusa de un delito repudiable donde los haya. Y esa imagen está circulando ahora mismo a una velocidad indescriptible. Aunque en Google no aparezca nada ni remotamente relacionado, FB está haciendo lo suyo (bueno, FB no, los usuarios de FB que comparten sin averiguar cuánto hay de verdad en lo que van a compartir) y se está promoviendo un linchamiento. Basta abrir la lista de los que están compartiendo y agregando comentarios tipo “el primero que lo encuentre, que lo mate”. Yo solo me pregunto ¿y si se trata de una broma pesada o de una venganza personal? Porque ¿no es raro que haya un pederasta, con nombre, apellidos, ciudad de origen y fecha del delito,  en “busca y captura” y ninguna publicación haya recogido nada al respecto? Me horroriza, como a casi todo el mundo, pensar que hay pederastas sueltos. Y no dudo de la buena voluntad de todos los que minuto a minuto, están pichando “Compartir”. Pero igual me horroriza pensar que un inocente pueda ser linchado solo porque a alguien se le ocurrió sobreponer ese texto a su imagen. Y me horroriza cada irresponsable que ayuda a propagar algo que puede no ser verdad. Tan solo de pensar que cualquiera de nosotros podría hacer eso mismo con cualquier foto, me han dado escalofríos. Si nos ponemos por un momento en los zapatos de cualquiera sobre quien pueda echarse una acusación semejante, dan mucho miedo las Redes Sociales. Bueno, las RRSS, no, más bien los que comparten lo que les echan, sin detenerse ni un segundo a ver si lo que están compartiendo es verdad o no. Vale que FB y el resto de las RRSS no tengan ni cerebro ni corazón. Pero quienes hacemos uso de ellas, sí. A veces vendría bien recordarlo y usarlos antes de usar el índice. Ganaríamos todos.

*Mientras escribía esto actualicé tres veces esta cifra de “compartido”. Sigue creciendo por minutos. A las 2.30 de la madrugada he vuelto a mirar. Ya iba por 2,601 «compartido». ¡Uf!

PS: La imagen la he tomado «prestada» de socialdente.com

¿(Inter)Qué pinto yo en esto?

“Antes de todo esto yo no tenía Facebook ni Blog ni Twitter” escribí aquí https://diariodeunaguionista.com/2012/02/18/ser-tendencia/ el 18 de febrero, en una entrada donde explicaba mi relación, nacida hacía poco más de un mes, con el mundo de los Blogs y las Redes Sociales, y el susto que me había llevado la madrugada que Twitter me comunicó que había sido “tendencia” y tuve que irme a la cama sin saber lo que significaba aquello. A pesar de que siempre he funcionado mejor en las distancias cortas, en aquel post reconocía la amplitud del camino que se abría ante mí gracias a la entrada a ese universo de la comunicación que hasta entonces me había negado a probar. No sabía lo que estaba por venir ni conté con la culpa. Unos meses más tarde terminaba la luna de miel: a Twitter entro generalmente a hurtadillas, mi página de FB la tengo casi abandonada y hoy hace justamente cinco meses y siete días que colgué la última entrada en mi Blog. Llevo esos mismos cinco meses y siete días preguntándome si no será mejor cerrar todo del todo y volver a mi vida anterior.

Y ahora me han invitado a participar en el evento InterQué http://interque.es/  que se celebrará en Casa Encendida el 23 de noviembre.

Y, lo que es peor: he dicho que sí.

Y luego me he preguntado por qué.

Mi relación con la comunicación a través de Internet tiene que ver con mi libro sobre Gran Hermano. Como la historia tiene su “aquello”, voy a contarla, a pesar de que muchos ya conocerán buena parte. El asunto empezó cuando salí de Zeppelin hace dos años y medio. Yo tenía casi terminado el libro para el que ellos, supuestamente, estaban buscando editor desde que se los anuncié, dos años atrás. Entonces me dijeron que no lo habían encontrado, pero que si lo conseguía yo, tendría todo su apoyo para publicarlo. Aunque no conocía a nadie en el mundo editorial, me propuse seguir adelante. Antes, me fui a Miami, al estreno de un espectáculo teatral escrito, producido y actuado por amigos de diferentes etapas de mi vida. Precisamente allí, en casa de mis amigos productores, conocí a Eugenio Tuya, que resultó ser cubano, editor, y mi vecino en Madrid. Así de chico es el mundo. Fue escuchar la palabra “editor” y saltar por encima de la acotación “de Anaya Multimedia” y preguntarle si sabría de alguien a quien pudiera interesarle mi libro. Una semana después de haberle presentado el proyecto, la publicación ya estaba aprobada. Yo, lo menos multimedia y digital del mundo, iba a publicar en Anaya Multimedia. Tras un larguísimo año de negociaciones para obtener los permisos de la productora y la cadena, cuando al fin pudo hacerse la prueba de imprenta, mi editor retomó una campaña que había iniciado desde nuestro primer encuentro: la importancia de la promoción a través de las redes sociales. Me negué. Argumenté que no quería en mi vida nada que no fuera el teléfono y el correo. Resistí como pude. Resultado: Autora, 0 / Editor, 4. Dos semanas antes de la salida del libro a la calle yo ya tenía un Blog, una página de Facebook, otro FB personal que los entrañables chicos de Palo Alto me habían creado sin mi permiso, y una cuenta de Twitter. Al que no quiere caldo, dos tazas, que dice el refrán. Cuatro, en mi caso.

De mis avatares en esos terrenos ya hablé en aquella entrada. Y de esos polvos vinieron estos lodos. La madrugada en la que fui “tendencia”, le puse un correo a mi editor preguntándole qué significaba. Él, me imagino que después de reírse a gusto, le renvió mi correo a Antonio Cambronero, quien me explicó con paciencia el tema. Durante meses, Antonio y yo nos seguimos en Twitter y nos mandamos algún mail. Muy virtual todo. Hasta que el 25 de septiembre pasado él presentó su libro Manual imprescindible de Twitter editado por ya os podéis imaginar quién. Yo, que llegué, cuando ya estaba empezando el acto y me había sentado en la última fila, me vi de pronto, a petición de mi (de nuestro) editor, contando la experiencia relatada en mi post. Un mes más tarde, Chiara Cabrera, de InterQué, a quien había conocido allí, me contactaba para invitarme al evento. Dije que sí. Y luego me quedé preguntándome por qué. Por qué las dos cosas: por qué me invitó y por qué acepté. Es como que alguien te pida (y tú aceptes) hablar de las ventajas del matrimonio cuando estás a punto de divorciarte.

Lo único que se me ocurre, para intentar entender las causas del fracaso, es analizar la época en que este matrimonio múltiple me hacía feliz.

Al principio todo fue muy bien. Gracias al FB personal empecé a encontrar gente que se cruzó conmigo en otros tiempos, otras ciudades, otros países, y fui encontrada por otros a los que ni siquiera busqué. El Blog, la página y el Twitter, me posibilitaban el contacto directo con lectores y fans del programa. Y todos tan felices. Hasta que el asunto se me empezó a ir de las manos. Primero fueron aquellos números de dos cifras que cada mañana aparecían sobre el ícono de los dos muñequitos de FB. Yo no quería mezclar las cosas, pero tampoco quería desairar a nadie, así que me tocó explicar varias veces en el muro que el FB personal lo mantendría para la gente a la que conocía de antes y que con los demás dialogaría a través de la página. Como seguían apareciendo solicitudes de amistad, me dediqué a explicárselo a cada uno en un mensaje privado. No quería hacer lo que no quería hacer. Pero eso no menguaba para nada la culpa que sentía por no decir a todos que sí ni el agobio de invertir tiempo en justificarme una y otra vez. Mientras, en la televisión avanzaba el programa, que había empezado el mismo día que salió el libro, y las polémicas crecían, y la gente quería saber, opinar, insultar, reclamar o simplemente demostrar que tenía razón. Es cierto que Gran Hermano tiene su propia web, su FB y su cuenta de Twitter oficial, pero como ninguna da respuestas, yo me había convertido, sin quererlo, en la única cara visible a quien podían relacionar con el programa. Y a mí me preguntaban, me reclamaban, me daban quejas. No servía que dijera que ya no trabajaba allí. Mi página y, sobre todo, mi Twitter, ardían todo el tiempo. Y yo seguía intentando contestar y complacer a cada uno. Tras un incidente en la casa de GH que me hizo recordar un episodio personal de malos tratos, escribí para el Blog una entrada que titulé Decisiones y que Mercedes enlazó también desde el suyo. La avalancha de visitas y comentarios me sobrepasó. Prácticamente cada uno hubiera merecido una respuesta de dos o tres párrafos, porque era un tema muy sensible y tocó a mucha gente con la que me hubiera gustado hablar calmada y profundamente del asunto. Los leí todos, eso sí, porque los tengo en modo “en espera de moderación”, pero como no tenía tiempo y tampoco quería despacharlos en dos líneas por quedar bien, los dejé para luego cuando pudiera contestar como se merecían. Un par de días más tarde Mercedes dio mi Twitter en la gala. Yo, que estaba en aquel momento contestando menciones, vi temblar la pantalla, perdí de vista los twetts que iba leyendo y no volví a saber del que estaba escribiendo. Por un momento tuve la impresión de estar metida en un TL ajeno. Cinco minutos después aquello se estabilizó. Entonces supe que mis seguidores habían pasado, en ese escaso tiempo, de 3,500 a más de 7,000. Hoy pasan de 11,000 en el Twitter, se acercan a 2,000 en la página, y en el blog, ahora mismo, mi contador de visitas marca 79,365. Dividido entre las 19 entradas da un promedio de 4,177 visitas por entrada. Supongo que no está nada mal. Como tampoco lo estuvo que Decisiones se mantuviera, durante cuatro días, entre los post más vistos de WordPress.  Pero a pesar de eso yo solo conseguía seguir sintiéndome agobiada y culpable por no poder atender y contestar a todos.

Lo de la culpa es un antiguo asunto que hago público con la esperanza de exorcizarlo. Cada vez que no he podido cumplir con las obligaciones que yo misma me impongo y a veces hasta me invento, la culpa me carcome el alma. Y así me siento desde que entré a este mundo. Los únicos monólogos que me gustan son los de los personajes de ficción, así que no podía entender las relaciones en las RS más que como diálogo. Mientras tuve un número razonable de seguidores y bastante tiempo disponible, lo conseguí. Pero cuando te sigue tanta gente porque has formado parte de un programa en el que a muchos parece irles la vida, las cosas cambian. Durante meses contesté cientos de veces las mismas preguntas; me llevé desplantes, broncas y hasta amenazas que no me incumbían; respondí a cada mención (solo eludí los mensajes que contenían insultos hacia el programa, los concursantes o la presentadora); abrí cada link que me enviaban, miré todos los videos, visité todas las páginas y leí todos los blogs que me pidieron que leyera. Me he dejado horas navegando entre temas tan ajenos a mí como la bisutería o los caramelos. Conocí gente interesante, inteligente y divertida (a algunos les he conocido personalmente después y han seguido pareciéndomelo). Intenté ser amable con todos. Vencí la tentación de soltarle un desplante a esos que se ponen en plan Sheldon Cooper llamando a una puerta y te agobian poniéndote “Sígueme, sígueme, sígueme” o  “RT, RT, RT”. Durante meses, cada minuto que tuve libre (y hasta muchos que le quité al sueño, a la lectura o a la vida), lo dediqué a complacer a todo el que me lo pidiera. Sin embargo, por más que me aplicara, siempre estaba en deuda con alguien, siempre había alguno reclamando una respuesta. Por cada mensaje que ponía respondiendo una mención, me aparecían un montón de menciones más. El tiempo se me escapaba intentando que nadie se sintiera menospreciado, pero aun así no daba abasto. Y del blog ya ni hablar, porque si los mensajes de Twitter y FB podía contestarlos en segundos, escribir una entrada requería unas horas de tranquilidad que no encontraba nunca. A los pocos meses de entrar al mundo de los Blogs y las Redes Sociales, ya no podía con la culpa y el agobio. Sabía que algo había hecho mal, pero como no sabía qué, decidí que lo más razonable era cerrarlo todo o, simplemente, huir.

Entonces llegó Antonio con su libro que me leí en una semana. Aunque no consiguió liberarme del todo de la culpa, su teoría de que en este mundo las relaciones no tienen por qué ser simétricas, me tranquilizó bastante. Cuando empezaba a procesar que mi única culpa, mi mayor error, fue no saber que no se puede complacer a todos durante todo el tiempo, y que a lo mejor valía la pena darme una segunda oportunidad, apareció Chiara a invitarme a InterQué. Como siempre me pasa, primero dije que sí y después leí el material que me mandó. Entonces me entró el pánico y le dije que ver las biografías de los participantes me hacía pensar que yo no pintaba nada allí. Su respuesta, en la que me reiteraba que me quería en el evento y en la que me llamaba “Analfabeta digital”, fue decisiva. Ahí estaba la clave: yo, una “analfabeta digital”,  estaba a punto de abandonar un mundo que tuve la osadía de abordar sin estar preparada. ¿Y si en lugar de darme por vencida intentaba aprender? Con suerte, InterQué será un buen sitio para empezar. Por lo pronto, ya tengo un folio lleno de apuntes sobre temas acerca de los que quiero escribir,  he decidido aceptar la invitación de Paco López Barrio para colaborar como invitada en el Blog http://guionistasvlc.wordpress.com/ y ya estoy de nuevo por aquí.

EL TERCER GUIONISTA

El primer guionista anduvo solo durante muchos años.

Había nacido al borde de un cambio de siglo, cuando el cine deslumbró al mundo, y conocía muy bien a sus abuelos, aquellos dramaturgos que llevaban casi dos mil quinientos años contando historias para que fueran representadas por actores. Al principio, el primer guionista tuvo envidia de sus antepasados: ellos habían escrito diálogos espléndidos y él ahí no podía alcanzarlos porque el cine era mudo. Solo le consolaba pensar que él tenía a su disposición escenarios e imágenes con los que el teatro nunca hubiera podido soñar. Tampoco estaba nada mal.

Unos años más tarde el primer guionista se hizo por fin con la palabra. La radio empezó a reclamar historias en las que insertar la publicidad y el primer guionista celebró eufórico que ya podía dialogar. Cuando en 1927 los personajes de las películas empezaron a hablar, su felicidad fue casi completa. El primer guionista imaginaba, estructuraba, dialogaba, y se sentía dueño de cada lágrima y cada risa provocadas por sus personajes. Ellos, sin él, no existirían.  Aunque tenía que torear las objeciones de algún ejecutivo, las limitaciones a que lo sometía el productor, las sugerencias de los directores y hasta el capricho de algunos actores que pedían cambios al guion, suya seguía siendo la historia que se contaba y todo seguía naciendo de él. Ya no tenía prácticamente nada que envidiar a sus abuelos. Si Esquilo había decidido que Agamenón moriría en el baño a manos de Clitemnestra y así había sido y seguiría siendo para la eternidad, él podía decidir que Jakie se negara a ser rabino y se convirtiera en cantante de jazz y que Chan Li Po fuera el primer detective chino de la radio en la Cuba de 1934. El primer guionista era el rey. Y así andaban las cosas cuando llegó la televisión y el primer guionista fue aún más feliz y siguió imaginando argumentos y creando personajes que seguirían la línea que él les trazara desde el principio hasta el final.

Cuando, en  1948, con el estreno de Candid Camera, se abrió el camino a la telerrealidad, el primer guionista no le dio mucha importancia. Es verdad que ahora andaban por ahí unos personajes que él no había inventado, y que reaccionaban según sus propias emociones en las que él nada podía decidir, pero tampoco creyó que tuvieran mucha vida. Unos años más tarde tuvo que resignarse: muchos seres reales empezaban a dejarse grabar y a generar sus propios contenidos. Igual no iban a quitarle el trabajo, porque siempre seguirían existiendo las historias de ficción y porque siempre harían falta guionistas para ordenar esos contenidos en los programas de realidad. Pero el primer guionista, que había reinado solo, no pudo evitar sentirse incómodo antes estos advenedizos coautores del guion. Era la rebelión del personaje: el segundo guionista había entrado en acción. Al primer guionista le consoló, si acaso, pensar que los programas de realidad eran un género menor.

Durante muchos años las cosas fueron muy sencillas: el primer guionista seguía reinando en la ficción y el segundo se hacía fuerte en la realidad. Cada uno con su reino. Hasta que Holanda, un país que nunca había contado mucho cuando se hablaba de televisión, se decidió a dar un giro a los programas de realidad: Gran Hermano se emitiría en directo y los espectadores, con sus votos, serían quienes decidirían el rumbo y el final de la historia.  El tercer guionista, que había vivido un siglo llamándose espectador y sin que nadie le preguntara si le gustaba que Charles Foster Kane muriera musitando “Rosebud”, o si le parecía bien que Ángela Chaning tuviera fuelle para ser la villana durante las nueve temporadas de Falcon Crest o que Martin ganara la primera edición de Survivor, venía al mundo en la noche del 16 de septiembre de 1999. Era un recién nacido escandaloso, con ganas de opinar y sin ningún reparo en complicar la vida a sus parientes. Ya no era solo un receptor cuyo único poder residía en ver o no ver. Holanda y Gran Hermano le habían dado, por fin, su acta de nacimiento oficial y el tercer guionista estaba listo para entrar en escena sin que nada lo pudiera frenar.

Como todo preadolescente (apenas tiene doce años) el tercer guionista es torpe a veces.  A nombre del primer guionista y para ser honesta, debo confesar que no siempre fue fácil tenerle en el equipo. Sobre todo cuando relega su importante misión de guionista para actuar como juez aunque con ello castre al espectáculo. Pero aun así no hay que menospreciar su inteligencia ni su entrega. Cuando él está presente, de nada valen las previsiones del primero que planifica, elige el casting, crea pruebas, cambia reglas y da sorpresas, ni las argucias y estrategias del segundo, capaz de hacer casi de todo por procurarse su aceptación. Si el tercer guionista no compra, no hay nada que vender. Al tercer guionista le encanta su misión de escudriñar con millones de ojos y millones de oídos y, cuando algo no le gusta, no duda en reclamar y ajustar cuentas a sus primos. Sigue las emisiones de 24 horas para no perder nada de lo que haya podido escapársele al primero, y si aquel olvida reflejar un contenido en un video, él lo cuelga y lo propaga. Cuando el segundo, el concursante-guionista-personaje, actúa de modo que a él le parece poco ético o se crea un rol que no convence, el tercer guionista lo desmonta, ventila su comportamiento con pelos y señales en los foros y en las redes sociales, y termina por sacarlo del juego. El tercer guionista es implacable. Sabe que tiene la facultad de configurar la historia a su medida y la ejerce, aunque para ellos, mientras sus dos parientes cobran, él tenga que pagar. Y se enfada, y presiona y cuestiona a productores y cadenas, que para eso le ha servido haber nacido en la era de internet.

Y ahora, doce años más tarde, cuando creía que en el mundo de nuestro reality él era el rey, el tercer guionista se encuentra con que no está invitado a la fiesta y ve, con impotencia y con dolor, cómo el segundo guionista se hace amo y señor del argumento y hace y deshace sin que él pueda frenarlo. Aun así, en medio del cabreo, el tercer guionista sigue ahí, mirando el espectáculo, mientras intenta consolarse pensando que su despido es temporal y que él, más temprano que tarde, volverá para reivindicar el poder de construir la historia que quiere ver.

FLORES PARA SAN VALENTÍN

Hace varios días, cuando colgué la entrada anterior a esta, no podía imaginar que un blog creado para hablar de Gran Hermano, iba a derivar en un punto de encuentro y debate sobre un tema que, aparentemente, nada tenía que ver con el programa pero que, desafortunadamente, nos toca a todos aunque sea a través de esas noticias que nunca querríamos escuchar.
He leído todos los comentarios antes de aprobarlos. Hubiera querido tener tiempo para contestar a tod@s. Pero entre la promoción del libro y un trabajo que me he comprometido a terminar contra reloj, he tenido que aparcar mis buenas intenciones. Sin embargo, la lectura de muchos de esos testimonios, me hizo recordar un relato que escribí hace muchos años. Nunca hice nada con él. Estuvo en un disquette de donde lo rescaté para un ordenador que también pasó a la historia y de ahí a un disco duro donde conservo cosas que no he vuelto a leer. Hoy lo he encontrado y lo comparto. Sobre todo con aquell@s a quienes la entrada anterior les hizo reconocer lo que padecen o padecieron. A ell@s, que me hicieron recuperar la fe en que todas podemos o al menos debemos intentar escapar de ciertas relaciones asfixiantes, va dedicado Flores para San Valentín.

FLORES PARA SAN VALENTIN

Subí las escaleras del metro con la energía que me daba el malhumor. No sé si fue la negativa de Javier a recogerme en el trabajo, su olvido de la fecha, el frío y la lluvia de esa noche en Madrid o el hombre con las flores sentado en el vagón frente a mí, pero estaba molesta. Me ajusté la bufanda con furia y pensé que si mi gesto hubiera sido sobre otro cuello y no sobre el mío, habría parecido hasta violento.

Estaba muy enfadada con Javier. Se había ido por la mañana sin darse cuenta de que era catorce de febrero, no me había hecho ni una llamada en todo el día para disculparse, y cuando lo llamé para que no se olvidara de recogerme, se había limitado a decirme que viniera por mi cuenta, que la vecina no podía quedarse con el niño y él no quería sacarlo a la calle con ese frío. Mi coche estaba en el taller, y mi trabajo, al que solía desplazarme en diez minutos, se me ponía a más de una hora en el trasporte público. Un autobús más dos líneas de metro significaban media ciudad y más de una hora con este frío  y este cabreo que se me  iba inflamando. Menudo egoísta, pensé. A ver, qué más le daba abrigar bien al niño, coger el coche y salir a buscarme. En general no tenía quejas de él porque era un hombre bueno, pero me ponía rabiosa que no tuviera uno de esos detalles que tanto nos gustan a las mujeres aunque nos cueste admitirlo. Precisamente en esta fecha, cuando todo el mundo sale con su pareja a cenar, le da un regalo y le hace mimos, él se había buscado aquella excusa tonta para quedarse en casa, seco y calentito, mientras yo rumiaba mi decepción por el subsuelo de media ciudad.

Y encima estaba el hombre del metro. No lo había visto subir, pero en Ciudad Lineal, cuando el vagón empezaba a quedarse vacío, se sentó frente a mí con su ramo de rosas. Era uno de esos hombres que casi nunca encuentras en el metro ni en ninguna estación de tu vida. Tendría unos treinta y cinco y pinta  de galán de cine. Iba muy atildado en su abrigo negro, con su piel y sus manos impecables, su afeitado perfecto y sus flores. Dos docenas de rosas rojas, que ya se sabe lo que cuestan un día como este y él no había escatimado en comprarlas. “Javier nunca tiene detalles como ese”, pensé mientras le miraba y envidiaba la suerte que tenía su mujer.

Lo observé de nuevo y decidí que no había una esposa, porque estaba recién duchado y vestido, así que no venía del trabajo sino que iba de su casa al encuentro con ella. Seguramente sería su novia y venía a buscarla y la invitaría a cenar en un sitio romántico. Y empecé a imaginarme las velas sobre la mesa, y el vino, y el hombre apartándole la silla y la música y el menú.

Me levanté para ponerme el abrigo cuando el tren aún no se había detenido y la carpeta con todos los papeles de mi trabajo cayó al suelo. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, el hombre puso el ramo de rosas en mi mano, se agachó y empezó a recoger el reguero. Alzó primero los ojos y luego todo el cuerpo y me dio mis papeles ordenados. Llevaba una colonia que eclipsaba el olor de las rosas. Muchas gracias, le dije, y con pesar le devolví las flores. Con aquel ramo inmenso en mis manos me había sentido, por un momento, la princesa del cuento, pero el cuento había sido demasiado corto y el príncipe no era para mí. A veces te consuela pensar que los hombres como ese sólo viven en las novelas o en las pelis románticas de Hollywood y luego, en la noche de tu día malo, aparece uno y se sienta frente a ti en el metro, sólo para recordarte que sí existen, pero se lo llevó otra y no tú. Y volví a pensar en Javier y mi malhumor aumentó.

Cuando pisé la calle me zarandeó por la espalda un viento fuerte que venía del norte y que traía ráfagas de una lluviecita fina. Me paré un momento para sacar un cigarrillo del bolso. Llevaba más de una hora sin fumar entre autobús y metro y a pesar del frío quería caminar despacio las tres manzanas hasta casa. No tenía mucha prisa en llegar. Y eso que me gustaban mi casa, mi marido, mi hijo y mi sofá rojo, donde nos sentábamos de noche después de cenar, en silencio, a ver la tele, porque tampoco nos hacían falta muchas palabras para sentirnos en compañía. Pero hoy estaba enfadada y quería hacerlo sentir culpable y que viera cuánto tiempo me había tomado ir del trabajo a casa y cuánta lluvia y cuánto frío había padecido por su culpa y luego, mucho rato más tarde, mientras secara los platos que él habría lavado, le recordaría con tonillo rencoroso la fecha y le echaría en cara su poca delicadeza al olvidarla.

La mezcla de olor a rosas y colonia mientras buscaba el mechero en el bolso me hizo saber que el hombre acababa de pasar por mi lado. Lo vi de espaldas. Era alto y apuesto y caminaba como se veía: como un galán. Tuve curiosidad por saber cómo era la chica que iba a tener la suerte de encontrarse con él, quería ver la sonrisa en sus ojos cuando recibiera el regalo, así que caminé despacio. El hombre llegó a la esquina y cruzó justo a tiempo cuando el hombrecillo verde del semáforo empezaba a parpadear. Entonces la vi a ella. Estaba de espaldas bajando la reja de una tienda de decoración, una de esas que venden artículos tan caros como inútiles. Se asustó mucho cuando él se le encimó y pasó las flores sobre su hombro y hasta tuve la impresión de que retrocedía un paso con algo que me pareció pánico. Cuando se volvió del todo frente a él, pude verla mejor. Era muy voluptuosa y llevaba media cara tapada por el pelo larguísimo, una versión morena y en tres dimensiones de Jessica Rabbit. Justo la chica para un hombre como aquel.

Seguí andando despacio, porque quería verles irse. Ahora se tomarían de la mano y él pararía un taxi y se perderían hacia su noche perfecta. Pero ella movía la cabeza hacia uno y otro lado y se negaba a coger las flores a pesar del gesto de insistencia de él. Pensé que, por alguna razón, la película no era como yo me la había imaginado y mi curiosidad me hizo tirar el cigarrillo para tener un pretexto y detenerme a dos pasos de ellos a encender otro. Ya había llegado frente al hombrecillo rojo del semáforo que me obligaba a esperar. Estaba sólo a unos cinco metros de ellos. El seguía insistiendo y yo le escuchaba decir, cada vez más ansioso “por favor”, “por favor”. Tenía una voz grave y convincente y era excitante escucharle rogar. Ella negaba una vez y otra vez y le decía que se fuera, por favor, que no, que la dejara en paz. El insistía en que nunca más iba a pasar. Estuve segura de que se trataba de una infidelidad. El hombre era muy atractivo y no sería raro que hubiera tenido un rollo ocasional y ella lo hubiera descubierto. Era eso seguro, porque él le prometía que no volvería a hacerlo nunca más y le pedía que le creyera, por favor y aseguraba que la quería y nunca hubiera querido hacerle daño y le juraba que ahora mismo era él quien estaba pasándolo peor. Ella seguía negándose, pero sus silencios eran cada vez más largos y sus negativas más débiles, como si él le consumiera la voluntad con su chorro de palabras. Me dieron ganas de gritarle que lo perdonara, que un hombre que traía esas flores y pedía perdón de esa manera ya no podía ser culpable de nada. Entonces, mientras cambiaba el semáforo y yo me disponía a cruzar a tiempo para el perdón, la ráfaga de viento del norte me sacudió de nuevo por la espalda y levantó el pelo de ella de su cara. A la luz de la marquesina de la tienda que se había dejado encendida, pude ver su párpado medio cerrado, el pómulo inflamado y el moretón que se derramaba infame hasta la comisura de su boca donde las gotas de la lluvia se mezclaban con sus lágrimas que él intentaba secar mientras seguía desparramando promesas de nunca más, nunca más.

Crucé la calle y los tuve a poco más de un metro. Ninguno de los dos reparó en mi presencia, tan ocupados en su discusión. Esto pasa porque te quiero– dijo él y la abrazó –tú ya sabes lo que tienes que hacer para que no vuelva a pasar–. Yo tuve la tentación, otra vez, de meterme, pero esta vez para gritarle a ella que huyera, que se olvidara de las rosas, del olor a colonia cara, del abrigo perfecto y del metro noventa de hombre que ahora la envolvía, la besaba en el cuello, le ponía por fin el ramo en la mano inerte que ya había perdido toda la fuerza para rechazarlo. Y mientras me llegaba otra vez el olor de las rosas, comprendí que era inútil tratar de intervenir, que yo era sólo una desconocida y mis palabras no tendrían ningún valor. Entonces se soltaron. Yo me puse a buscar como loca el Marlboro del disimulo y mientras lo encendía, vi cómo la rodeaba con su brazo y casi la obligaba a caminar. Ella ya no tenía lágrimas y el pelo estaba nuevamente en su sitio, pero su el brillo de su ojo descubierto no era precisamente de felicidad. Pasaron por mi lado y se pararon en la acera de Alcalá en busca de ese taxi para irse a celebrar la noche de San Valentín.

Caminé de prisa hacia mi casa. El olor del cigarro no conseguía borrar el olor de las rosas y pensé que ojalá esa chica tuviera fuerzas para escapar de aquel aroma y aquella falsa perfección y que ojalá la gente que la quería, no tuvieran que llevarle un día cualquiera, otras flores que ya no podría oler. Mientras giraba la llave en mi puerta escuché la voz de Louis Armstrong afirmando What a wonderful world  y cuando abrí la puerta casi me llevo por delante a Javier que había salido a recibirme espumadera en mano y cubierto con un mandil. Me abrazó muy fuerte, me susurró felicidades al oído y luego se separó para mirarme a la cara. Perdóname que no te fuera a buscar, me dijo, pero quería darte esta sorpresa. Sobre la mesa estaba el vino, la sopa calentita y nuestro candelabro de hierro con sus dos velas rojas encendidas. No hagas ruido, me dijo, que el niño está dormido. Hubiera querido comprarte flores, pero hoy estaban carísimas y me pareció una tontería. Flores no, le dije, mejor así. Mucho mejor así.

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