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Blog de Gilda Santana

DECISIONES

Lo suyo fue un flechazo. Cuando se conocieron ella tenía 23 años. Él unos cuantos más. Ella había oído hablar de él pero no imaginaba tanta belleza y tanta inteligencia juntas. Fue en un encuentro literario que duraría cuatro días y en el que había unos ochenta asistentes. Después de la primera noche, cuando se vieron por primera vez, ya no hubo nadie más. A la vuelta a la vida real ya estaba todo decidido: cada uno terminaría su historia anterior. No podían escapar de ese sentimiento. Entonces ella no le dio importancia a sus miradas inquisidoras ni a la frase que él le había dicho la noche anterior: mi problema son los celos, le dijo, pero si tú no das motivos, todo irá bien.

Lo primero fue la ropa. Cada escote y cada largo de falda fueron sometidos a evaluación. Lo mismo que las piezas ceñidas. Es que no puedo estar contigo si hay un hombre mirándote, decía. Ella fue haciendo concesiones y se pasó a las faldas largas y los blusones recatados bajo el sol del Caribe. Estaba enamorada, los dos lo habían dejado todo y, tal y como afirmaba él, lo otro eran tonterías comparadas con su amor. Por cierto ¿por qué se maquillaba? Las mujeres se maquillan para llamar la atención. ¿O es que quieres que otros hombres te miren? Si necesitas sentirte mirada y deseada, no serías la mujer de la que yo me enamoré. Porque tú estás por encima de todas esas cosas ¿no? ¿Es que tanto te cuesta complacerme? Da igual si te conocí así. ¿No puedes entender que me haces daño?  Será que no te importo. Y ella, después de discutir un poco, terminaba cediendo. Que tampoco era plan estropear una historia de amor.

Después vinieron los abrazos. Él podía aceptar que ella trabajara en el mundo del teatro donde la gente suele ser muy expresiva en sus afectos, pero no veía por qué había que abrazar a nadie. Cuando un hombre te abraza es para meterte mano. No hay más. Los hombres siempre pensamos en lo mismo. No quiero que ningún hombre se equivoque contigo. ¿Has visto que yo abrace a alguna amiga? Pues no lo hago por respeto a ti. A ella le dio reparo contestarle que él no tenía ni un solo amigo, ni hombre ni mujer. Era un hombre admirado, envidiado y temido, pero querido no. Pero ella no quería verlo sufrir, así que tomó distancia en los saludos y empezó a dejar de ir a todo lo que significara roce social. Se escabullía de los estrenos agarrada de su mano antes de que saliera todo el mundo, no se quedaba a los saraos, no recibía gente en casa. La gente se te acerca para perder el tiempo y hablar de tonterías. Mejor estás leyendo un libro. Cuando pasen los años estarás fea y gorda y lo único que valdrá es tu talento. Cultívate y olvídate de los otros. Ya me tienes a mí. ¿No te das cuenta que esos que dicen ser tus amigos nos envidian porque somos una pareja perfecta? El único problema que tenemos es que yo necesito sentirme seguro y está en tus manos no dejar ni una grieta por donde entre la duda. Tú decides, pero si esto se acaba la culpa la habrás tenido tú.

Aunque le costaba, porque era de naturaleza amigable, empezó a quedarse sola. Las amigas también eran el enemigo. Todas querían separarlos, según él. Esta o aquella se le habían insinuado y él las había rechazado. Y si tú no lo entiendes es porque no te importo. Si me quisieras andarías al tanto, te cuidarías de no hacerme daño, vivirías pendiente de mí. Un día no lo voy a soportar. Sé que no voy a soportarlo y te voy a dejar porque no puedo vivir con esto. Tampoco es tan difícil entenderme. Lo hago por tu bien. ¿O acaso no te basta con lo nuestro? Si no te basta con lo que yo te doy, dímelo. Reconócelo y ya. Te vas a quedar sola. Y ningún hombre con dos dedos de frente se va a acercar a ti. Si soy así es porque me importas. Nadie te va a querer como te quiero yo.

Intentar complacerlo era inútil. Siempre tenía algo que objetar. Si se subían al autobús y ella separaba la vista de él por un momento, su cara se descomponía. ¿Lo conoces? ¿A quién? Al tipo de la camisa roja. ¿De qué hablas? Del tipo al que estabas mirando. No estaba mirando a nadie, me quedé un momento pensando. ¿Y para pensar necesitas mirar a un hombre? Que no estaba mirando a nadie. Mira, si me vas a mentir hasta aquí hemos llegado. Y se bajaba y la dejaba allí mientras la gente les miraba sin entender la discusión. Un par de horas más tarde la llamaba. Necesitaba hablar con ella. Que entendiera que él no era capaz de vivir así. Y que ella era la culpable de sus dudas y sus celos y eso, estaba muy claro, significaba que para ella no valía la pena la relación. Aunque ella enumeraba las concesiones que había hecho, según sus cuentas él siempre había hecho más. Estaba con ella cuando podía estar escribiendo y ganándose un premio. No quería perderla porque la amaba, aunque ella se empeñara en estropear cada momento que compartían, porque no era capaz de ponerse en su piel y adelantarse y evitar lo que a él le podía molestar. Después de un par de horas de lágrimas, abrazos y promesas, ella volvía a su casa y sus silencios, completamente segura de haber hecho bien en transigir.

Luego empezaron las otras objeciones.  No hacía falta que se inscribiera al Máster ni siguiera asistiendo a las clases de último de inglés. Era una pérdida de tiempo. La gente va a esas cosas más por las relaciones sociales que por aprender. Quedarse en casa y estudiar era lo que tenía que hacer. Que se fijara en él, que era autodidacta y eso no había impedido que en su especialidad fuera el mejor. Que entendiera que iba a sacrificar su amor por un capricho. Él no podía dedicarle mucho tiempo, pero necesitaba que, cuando lo hiciera, ella estuviera disponible para él. Si insistía en pasar esas horas en clases estaría claro que, para ella, él nunca había importado y cualquier cosa era más valiosa que su relación.

Entonces llegó el viaje. Llevaban ya dos años. Parecían muchos más, porque ella había dejado las lentillas por las gafas, se vestía como alguien de mucha más edad y se había puesto quince kilos encima. A él le parecía muy bien. Eso no es relevante, le decía. Igual iba a llegar con los años. Lo importante es que estás empezando a descubrir la diferencia entre lo que es bueno para ti y lo que no. Nunca le preguntó por la tristeza que había en sus ojos ni pareció notar su rictus de resignación. Ella había ido aprendiendo, adivinando, adelantándose. Las discusiones se hicieron más distantes, aunque más crueles. De los lloros y las estampidas había pasado a las palabras más hirientes y a las sacudidas. Es que era tonta, tonta, tonta, si no entedía que la culpa era suya, que él no quería que estuvieran mal. Ella creía que era injusto, pero no se sentía maltratada. Solo le daba pena. A fin de cuentas si él sufría era porque ella lo hacía sufrir. Y cuando le tiraba de una mano o le agarraba por los brazos para hacerle un reproche, ella solo temía que aquella discusión fuera el final de dos años de amor.

Ahora él tenía que marcharse. No sabía si la podría llamar. En todo caso iba a intentarlo. Cualquier día y a cualquier hora. En cuanto pudiera. Así que lo mejor sería que estuviera atenta. Si llamaba desde Europa y se encontraba el número ocupado no podría evitar pensar en muchas cosas. Y no quería distraerse en un viaje que significaba tanto para su vida profesional. Ella le prometió que esperaría esa llamada. Ya se había acostumbrado a no hablar mucho por teléfono. Cuando él llamaba y el teléfono comunicaba, la pelea estaba garantizada. ¿Con quién hablabas? Con mi director, tenía que hacerle una consulta sobre la obra en la que estamos trabajando. ¿Y necesitas 17 minutos para una consulta? ¿Te crees que yo soy tonto? Hace 17 minutos que empecé a llamarte. Nadie me garantiza que no llevaras media hora hablando ya. Cuando ella le juraba que no le mentía y le contaba punto por punto la conversación de trabajo, él pedía perdón. Él era así y ella ya lo sabía. La única manera de evitar esas broncas era no dar motivos ¿Tan complicado era de entender? Si no dejaba margen para la desconfianza y los recelos, todo iba a estar muy bien. Tampoco era demasiado pedir. A fin de cuentas nadie iba a quererla como él.

En los dos meses no llamó. Mandó una carta donde ponía que la echaba de menos y no podía dejar de pensar en lo que ella estaría haciendo. Ella no estaba haciendo nada. Seguía tranquila con la vida que él había configurado para ella. Los primeros días, por costumbre, deseó que sonara el teléfono y, al mismo tiempo, lo temió. No quería imaginarse una bronca Atlántico por medio, ni terminar llorando, ni irse a la cama tras una discusión sin reconciliación. A los pocos días empezó a alegrarse de que no la llamara. Se tomaba su tiempo para la charla con sus compañeros al final de la función. Alguna vez hasta salió del teatro y se fue al malecón, a sentarse de espaldas al mar como hacen todos los cubanos para ver a la gente pasar. Vio otro mundo donde había sonrisas, amores, palabras, ilusiones, y donde no debía pedir permiso para mirar hacia uno u otro lugar, y volvió a sentir la alegría olvidada de respirar en libertad.

Entonces llegó él. La llamó y quedaron para verse en un hotel. Mientras pensaba qué ropa se pondría, se dio cuenta de que por esta vez no ardía en ganas de encontrarse con él. Aunque le costara reconocerlo, en esos dos meses había sido una mujer más feliz. No tenía sus abrazos, ni sus risas ni sus conversaciones inteligentes, pero se le había ido ese dolor del pecho que muchas veces parecía cortarle la respiración. Ya llevaba dos meses sin llorar, sin sentirse culpable, sin que nadie utilizara sus palabras en su contra, sin que la sacudieran del brazo, sin gritos, sin chantajes, sin amenazas de terminar, sin miedo a la soledad. Se dio cuenta de que si alguien le hubiera dicho todo eso unos meses atrás, no lo habría creído. Estaba enamorada y no podía entender por qué la idea de verlo le provocaba más angustia que ilusión.

Llegó puntual a la cita. Él, como siempre, se hizo esperar. Ella quiso ir a la cafetería que estaba frente al mar. Le escuchó el largo monólogo de sus éxitos mientras lo contemplaba: seguía siendo el hombre hermoso, culto, inteligente y agudo del que se enamoró. Pero algo había cambiado. No subo, dijo ella cuando él se puso en pie. Lo vio descomponerse en aquel rictus que tanto conocía y agradeció estar en un sitio en que él no la pudiera zarandear. He descubierto que estoy mejor cuando no estás. Ah, y dos cosas: no hay otro ni ha hecho falta, y no me importa nada que nadie vuelva a quererme como tú. Es más, me da pavor. Y si me quedo sola, por mi no te preocupes, estaré bien.

Era un 15 de marzo y hacía frío en La Habana. Caminé por el malecón donde una ola gigantesca me untó de sal. Supe que las heridas que me escocían entonces terminarían por cicatrizar. Y me sentí muy leve a pesar de los kilos de más. Anoche, viendo la casa en la emisión de 24 horas, he vuelto a celebrar aquella decisión.

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UNA ENTREVISTA EN EL CORREO DE ANDALUCÍA

De las tantísimas entrevistas que me han hecho desde que salió el libro, dejo aquí esta. Inmaculada, la periodista con quien conversé, es una fan muy enterada y muy interesada en todo lo que tiene que ver con Gran Hermano y se había leído mi libro y tenía mil cosas que preguntar. Estuvimos hablando mucho más de una hora. Ella lo ha resumido así:

«Pretendo que los lectores entren conmigo en la casa»

Inmaculada Rivera, Sevilla

Gilda Santana, guionista de ‘Gran hernano’, ha escrito el libro ‘Diez años en Gran hermano’.

Es alegre y vivaracha, transmite entusiasmo y su conversación engancha. Gilda Santana lleva años guionizando para los demás, estructurando con palabras la vida y las emociones. Esta profesora y guionista de cine y televisión no podía callarse más. Necesitaba «salir del armario profesional» y contarle a la gente cómo se trabaja detrás de la cámara, qué es lo que no conocemos de su profesión y, sobre todo, de su trabajo tras toda una década elaborando los resúmenes del reality más importante de todos los tiempos. Diez años en Gran hermano. Diario de una guionista (Anaya) es su regalo y el producto de años de un duro trabajo con una documentación digna de la mejor hemeroteca. Pasen y lean.

-¿Cómo lo has hecho?
-Mi hijo me lo tenía todo grabado. Volví a ver todos los resúmenes, las galas… iba en orden. Me leí todas las bases de datos, más de un metro cúbico de papel. Lo guardé porque siempre supe que escribiría sobre cómo se hacía GH. Estábamos ante algo único. Vengo de la docencia, así que después de dar clases sobre cómo hacer guiones sabía que algún día sería útil. Es más, si no se me hubiese ocurrido guardar esos datos, este libro no sería el que es.

-Pero, ¡hablamos de años!
-Sí, yo quería reflexionar, necesitaba escribir sobre esto y eso lo haces mejor cuando han pasado 10 años, pero significa que tienes que volver a verlo. No te puedes fiar ni para citar una frase, hay cosas de las que doy la hora, el minuto y el segundo en que se produjeron. Fue un trabajo de documentación muy bestia, pero yo quería documentar lo que escribía. Comencé transcribiendo la primera edición, que me llevó más de tres meses, después de GH7, pero hasta que no pasó GH10 no me metí de lleno.

-¿A qué dudas te enfrentaste antes de iniciar este reto?
-Mi primera idea fue como profesora, pero con los años empecé a asomarme en los foros, a leerme a esa gente que es tan participativa y pensé que ellos también querrían saber cómo se hace y recordar cosas. Así que supe que tenía que encontrar un lenguaje que llegara a todos.

-¿Con qué sorpresas te has encontrado después?
-Me está pasando una cosa lindísima. Yo recibo muchas interacciones, que por cierto las contesto todas -en twitter me llamo #guionistagh-, que van desde gente con poca formación hasta profesores universitarios, que están encantados. Así que tengo un estado de satisfacción tal que me siento en el nirvana del guionista, porque he logrado interesar a todos los estratos. La verdad es que cada vez que me dicen que están enganchados al libro me pega un zarpazo el corazón.

-Haces mucho hincapié en el libro en el papel de co-guionista del espectador…
-La historia en GH se escribe entre tres. Depende de tres entidades. Primero del grupo de guionistas profesionales, que tienen dos tareas, decidir cómo va a ser esa edición y hacer el casting, con el que determina parte de lo que va a ocurrir, por tanto preparan las circunstancias en las que van a contar la historia. Pero desde la hora en que se abre la casa y entran los concursantes, estos van a generar sus propios contenidos, luego son los segundos en actuar. Por último, entra el tercero, el espectador que decide quién le cae bien o mal, a veces es más guionista que juez y es, en definitiva, el que tiene la palabra final. Guionistas y concursantes dependen del espectador.

-¿A qué te enfrentabas día a día entonces?
-Estás condenado a entenderte con otros dos grupos de guionistas. Trabajas haciendo los resúmenes con ellos, interactuando, es un reto enorme. A veces incluso te dices a ti misma: «Virgencita, que no se vayan éstos porque son los que más contenidos me dan», y luego la gente los echa.

-Las cifras de audiencia de ahora son de un 20%, lo que difiere respecto a los once millones del primer GH.
-Sí, pero hay que tener en cuenta el morbo de la primera edición y la fragmentación de ahora. Hoy nadie hace un 50%, es imposible con más de 60 canales.

-Supongo que la ejecución hoy es otro mundo respecto a aquellos primeros programas.
-La calidad de la imagen es diferente gracias a la evolución técnica. Antes el color era más descolorido. Ahora todo es digital. En GH1 había 29 cámaras y ahora 72. La casa es más grande, pero el control de Guadalix no ha crecido… es el camarote de los hermanos Marx y en las galas, aún es peor.

-Dedicas mucho al primer GH en tu libro.
-Sí, porque la primera vez que ocurre algo lo explicas. Dedico muchas páginas a comentar cosas que pasaron: Leo Bassi instalado al lado, un intruso que se coló, la solicitud del cierre de la casa porque se hizo en un sitio donde no hay licencia para piscinas… Necesito contar también cómo me enfrenté por primera vez a los confesionarios y a la decisión de ponerlos seguidos… Lo que yo quería era que los lectores tuvieran la sensación de que habían entrado conmigo de la mano en aquella casa cuando yo lo hice por primera vez con mis miedos, mis preocupaciones y mis decisiones sobre lo que se debe emitir y lo que no, como vomitonas y cosas así.

-¿Cómo reaccionaron los creadores ante el GH español?
-Los holandeses se querían cortar las venas con nuestro GH. Ellos venían con un formato esquemático que les había funcionado. Pero, ¿sabes qué? Que Gran hermano aquí se reinventó para bien.

-Entonces las diferencias son evidentes con otros países.
-En muchos países se suele enfocar como más concurso. De hecho los resúmenes diarios en Holanda son como un telediario. Por ejemplo, cinco minutos de despertar y arreglo, cinco de tarea semanal, cinco de interrelaciones, cinco de confesionario… Aquí se intentó que la gente lo percibiera como una telenovela, como ficción. Así que busqué mi propia narrativa y la encontré, y estoy muy satisfecha, porque muchos países copiaron nuestra manera de hacerlo. En España no es sólo concurso, es también un programa de contenidos.

-¿Y cómo se hace un guión de la no ficción?
-De ficción tiene ciertos elementos narrativos. Otros hubo que inventarlos sobre la marcha. Aquí no hay personajes, hay personas que, en la medida que asumen roles para jugar -porque se lo proponen o porque son así-, hay que dejárselos claros a la gente. Luego hay tramas con esos contenidos que ellos crean. Se trata sólo de tener olfato para detectar dónde están y jerarquizarlas, porque hay días en los que, aunque parezca que no pasa nada, lo que se cuece tiene que ver con lo que pasa luego.

-Se graban diariamente 96 horas, la objetividad es una utopía. ¿Qué dices cuando te hablan de manipulación?
-Nadie puede ver 96 horas de programa al día, ni los mismos concursantes saben lo que hacen unos y otros cuando no están en la misma sala, no es manipulación, hay que seleccionar.

-La sinergia ha sido fundamental para ‘Gran hermano’…
-Sí, es importantísima. Es ganancia por donde se mire. Hay muchos programas donde se habla de GH, lo que lo favorece, pero también aportamos a esos espacios.

-El que un libro esté avalado por el programa no es fácil.
-Yo conseguí la editorial, incluso a veces me encontré con algunas que decían cosas tan feas como que los que veían GH no sabían leer. El logo, el nombre y las fotos del programa son propiedad de Zeppelin. Por tanto tengo un contrato con ellos y con Telecinco, así que una parte de mis derechos les corresponde. Aunque Pilar Blasco y Mercedes Milá lo han ido leyendo según fui terminando los capítulos, no fue un libro hecho por encargo. Aún así le han dado carácter de libro oficial.

-¿Cuánto le auguras a GH?
-Viendo como se está comportando esta edición, yo no lo quitaría ni muerta.

-¿Cuál es el truco para superar el casting y ganar GH?
-Para ser concursante lo primordial es la predisposición a compartir tus sentimientos. Lo que uno premia en la vida real se premia en Gran hermano, que no se sea mala persona, la empatía, la solidaridad… es igual que es la vida, son códigos éticos. Es todo.

MANIPULACIÓN

Desde que decidí salir del armario profesional con la publicación de mi libro, a lo que más tiempo he dedicado es a interactuar con los fans de GH a través de las redes sociales. No he eludido un solo tema de los que me han preguntado y no voy a hacerlo ahora. Uno de esos temas es la “manipulación”. El diccionario de la RAE define “manipulación” como “acción y efecto de manipular” y  “manipular”, en su tercera acepción, como “intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares”. Quiero destacar la última frase “al servicio de intereses particulares”, porque volveré a ella.

Sé que una de las quejas más frecuentes cuando se habla de programas de realidad en cualquier lugar del mundo es que los contenidos están manipulados. Según unos, porque no se emite TODO lo que pasa, según otros, porque se ocultan cosas para favorecer o destruir a unos u otros concursantes. Vamos por partes.

En un programa de realidad en el que se graban 96 horas cada día habrá, al cabo de una semana, 672 horas de contenidos.  Los resúmenes diarios recogen cinco de esas horas. Si le sumamos una media de 3 horas de vídeos distribuidos entre las galas y Debate, podríamos decir que la selección que se hace para emisión es de unas 8 horas semanales, lo que significa que se emite solo un 1,19%  de todo lo grabado. Quienes se quejan de que “no sale todo” tienen razón. Lo que sale es una mínima parte de lo que ocurre. Y eso precisamente es lo más complicado a la hora de hacer los programas: que hay que contar lo más importante resumido a su mínima expresión.

A los que alguna vez hemos hecho realities no se nos escapa que con cada frase y cada gesto que nos vemos obligados a recortar para llevar un resumen o un vídeo a su duración definitiva, estamos dejando fuera un matiz importante. Que incluso algo tan simple como hacer un corte antes o después de que un concursante baje la mirada, dará uno u otro significado a la narración. Pero cuando se descarta casi un 99% de lo grabado, no hay elección: hay que cortar. A quienes quieren ver manipulación en que no se emita todo, debo decirles que se trata de algo mucho más complejo y menos arbitrario y su nombre es selección. Y ojalá no se tratara de una selección tan ajustada. Créanme si les digo que esta es la parte más complicada de este trabajo, la que precisa de mayor capacidad de clasificación, análisis y discriminación. Y sí, cualquier selección y ordenamiento pueden ser interpretados como manipulación, pero que no se emita “todo lo que pasa” no implica intención de distorsionar la verdad.

No me apedreen todavía. Sólo he comentado el primero de los dos argumentos de quienes hablan de manipulación. Voy con el otro.

La semana pasada, cuando dije que subiría a Guadalix, entre la avalancha de comentarios que recibí, uno de los temas recurrentes era acerca del tratamiento que en resúmenes y galas se estaba dando a Juan. Sé, porque les estoy siguiendo en Twitter, Facebook y los comentarios de varios blogs, que  a muchísimos seguidores del programa les ha llamado la atención que de las campañas y ataques de Juan contra Pepe (en las cuales ha llegado a usar hasta gestos y palabras soeces) no haya salido prácticamente nada. Ejemplos concretos sobran y no voy a enumerarlos porque todos saben de qué hablo. Me decían, entre perplejos e indignados, que preguntara por qué el programa quería “favorecer” a Juan. Pues bien: no subí a Guadalix, pero tampoco necesitaba hacerlo para contestar esto. Es más, no me hubiera molestado en preguntarlo, porque sé la respuesta. Y para explicarme voy a contar (aunque ya he hablado al respecto en el libro) cómo se trabaja con los contenidos en Gran Hermano.

En el Control de Realización hay dos redactores que intentan escuchar y anotar en una base de datos lo que ocurre segundo a segundo. Dos personas pueden oír y anotar dos conversaciones o una conversación y un Confesionario. En la casa hay ahora mismo 10 concursantes. Si todos estuvieran hablando en grupos de a dos, tres de esas conversaciones no estarían recibiendo prácticamente ninguna atención. Cuando más el redactor, que tiene la posibilidad de “monitorear” los micros de los demás, pinchará de vez en cuando para ver de que se habla en aquel otro sitio que él no está catalogando y anotará en la base de datos algo tan vago como “Paco y Luis hablan de Lola”. Un rato más tarde, los guionistas de Profile revisan esos contenidos y completan la información sobre los mismos. Pero a ese guionista de Profile le están llegando simultáneamente los cuatro programas, lo cual significa que recibe, en sus ocho horas de trabajo, 36 horas de contenidos, por lo que debe limitarse a revisar solo aquellos que percibe como más interesantes. Los restantes, los descarta o los pasa al AVID para edición (si le parece que pueden valer para los vídeos) sin tiempo para verlos y corregir la redacción.

Y aquí viene el trabajo de hacer los resúmenes y los vídeos. Si alguien lee en la base de datos que “Paco y Luis hablan de Lola” sin ninguna otra descripción de la conversación, seguramente pensará que no hay nada importante en esa charla. Nadie puede ver las 96 horas de cada día y lo normal es fiarse de la base de datos. De allí se seleccionan los temas y se eligen los fragmentos con los que se montan las tramas en los vídeos. Si algo no está escrito con suficiente claridad en esa base de datos, nadie se pondrá a buscarlo, porque no sabe que existe. Se perfectamente de lo que hablo, porque en mi afán controlador siempre usé la base de datos solo como una guía para llevarme una idea general de lo ocurrido, pero luego me senté a ver cada minuto enviado al AVID y encontré verdaderas joyas que no estaban descritas (y también de ello he hablado en el libro). A pesar de eso, nunca fui a reclamar a mis compañeros de Control ni a los guionistas de Profile, porque conozco el volumen y la complejidad de su trabajo. Me busqué la vida supliendo esas omisiones con horas y horas de visionado. Aun así se me escaparon muchas cosas. Y otras las recuperé gracias a los foros, que me avisaron tantas veces dónde y cuándo se había producido un contenido de interés.

Sé que quienes siguen las 24 horas no pueden entender que alguien que está dentro esté viendo menos que quienes están fuera, pero así es. Quienes están fuera se limitan a ver el programa que está pinchado en ese momento. Los redactores deben ver ese y otro más. Cuando siguen y anotan uno, se están perdiendo el otro. Para tener una idea general de lo que ocurre en Gran Hermano, alguien tendría que estar muy pendiente de lo que se está emitiendo en las 24 horas (y así, de paso, nos evitarían esos cortes absurdos e indiscriminados) o habría que complementar la base de datos con los comentarios de los foros. Si en los agradecimientos de mi libro dedico un párrafo a las comunidades de fans, no es para regalarles los oídos, sino porque fueron, durante años, una verdadera ayuda. Ellos vieron y comentaron muchas cosas que se emitían en 24 horas y que no quedaron anotadas, bien porque el redactor no les dio importancia, bien porque ni se enteró de su existencia. ¿Significa eso una intención de distorsionar la verdad con intereses particulares? Desde luego que no. Significa, si acaso, que hay algo que solucionar en el sistema de catalogación o que tal vez haría falta una figura, una especie de coordinador de contenidos, un enlace entre los espectadores y el programa, que se ocupara de enterarse y localizar aquellos temas que interesan a las comunidades de fans y que han pasados inadvertidos en Guadalix. Nada más.

En todo caso ya pasé a quien corresponde todas las reclamaciones que recibí respecto al tema Juan. Yo también espero ansiosa esos vídeos.

Y ahora voy con la afirmación, tantas veces escuchada (“¡Qué fatiga, Arturo!”) de que el programa quiere proteger o hundir a determinados concursantes.

Vamos a ver: he explicado, de todas las maneras posibles, que no hay nada, desde el punto de vista de preferencias, que pueda clasificarse como “el programa”. Zeppelin es la suma de muchas personas con gustos y criterios diferentes. No existe un “favorito de Zeppelin”. Cada persona que trabaja en Gran Hermano tiene su (o sus) favorito(s). Pero en los diez años que pasé allí, oficialmente NUNCA (y lo resalto) nadie me dio instrucciones para elevar a alguien a los altares o destruir a otro. Es más, muchas veces los diarios resaltaban determinados hechos que luego no aparecían en la gala o a la inversa. ¿Significaba eso que yo quería ver ganar (o hundir) a uno y Begoña a otro? Pues no. Significaba, simplemente, que se trataba de dos selecciones distintas, hechas por personas con sensibilidades, criterios y maneras de trabajar diferentes. Nada más. Por otra parte, quienes nos dedicamos a esto sabemos que no valdría de nada intentar imponer a nuestro favorito si lo tuviéramos. La gracia del reality es que la mayoría del público votante decida y que se alegren con el resultado de su elección. Contrariarles, no. A mi, personalmente, no se me ocurriría jamás. Y eso que más de una vez vi votar de maneras que ni entendí ni compartí.

Sé, porque además de guionista soy espectadora de realities, que la emisión u omisión de determinados contenidos crea estados de opinión que pueden favorecer a unos u otros concursantes. Pero también sé que estas emisiones u omisiones se convierten en un boomerang la mayoría de las veces, porque la gente suele reaccionar no solo a lo que ve, sino a lo que no ve. Cuando Debate montó la bronca de Mirentxu e Iván en la casa 1 resaltando las lágrimas de Mirentxu, los espectadores protestaron porque, según ellos, queríamos que se expulsara a Iván. Os confieso una cosa: nadie quería que saliera expulsado un concursante que estaba protagonizando la mayoría de los minutos del programa. Pero en los foros creyeron que estábamos intentando manipularles y votaron para protegerlo y lo llevaron a la casa 10. Si me atengo a estos hechos, no me extrañaría nada que hoy saliera expulsado Juan. Y no, no ha habido, aunque cueste creerlo, conspiración alguna para salvarlo y hundir a Noemí. Tampoco para lo contrario. Es más, si nos atenemos a que siempre es preferible mantener dentro a quienes más contenidos generan, Noemí es, desde todo punto de vista, una concursante más valiosa que Juan, así que si hoy sale Juan y se queda Noemí, el programa habrá ganado en contenidos. Y si nos remitimos a que manipular es “intervenir con distorsión de la verdad al servicio de intereses particulares”, esta habría sido, desde todo punto de vista, una chapuza de manipulación.

DE REPESCAS Y OTROS TEMAS EN DISCUSIÓN

Antes de anoche dije en twitter que ayer iba de visita a Guadalix.

Hace casi dos años que salí de allí por última vez. Era el martes 30 de marzo de 2010 y había terminado El Reencuentro. Entonces no sabía que no volvería. Aun así hice algo que no había hecho nunca antes: tomé dos fotos, una de mi lugar de trabajo, ese sitio donde puedo haber visto entre ocho y diez mil horas de Gran Hermano en estado puro, y otra de la pared con las fotos de los 28 concursantes que publiqué en mi primera entrada en este blog. Fue como si de alguna manera ya supiera que no iba a volver.

Por una u otra razón (más bien por una: tengo carné, pero no tengo coche ni me gusta conducir) no he vuelto a ese lugar al que me unen tantos afectos. He pasado en Guadalix y en Zeppelin la mayor parte de mis doce años de inmigrante, así que es fácil entender que buena parte de mis mejores amigos estén (o al menos hayan estado alguna vez) allí. Aunque mi amigo Larrauri y Rafa Plaza, el productor de las galas, a quien tanto quiero desde que nos conocimos haciendo Chicas en la ciudad en 2005, no dejan de preguntarme cuándo voy a subir, no he podido planificar un viaje hasta ahora. Ayer iba a subir con Alicia, la chica de Prensa de Anaya que me lleva la promoción del libro. La idea era que Rafa, Floren y Larrauri le enseñaran la casa, el Control y la cruz de cámaras y que viera cómo se hace ese programa del que le ha tocado promocionar un libro. Hemos tenido que posponer el viaje porque amaneció enferma. Cuando mejore, subiremos.

En todo caso anteanoche, emocionada con la idea, puse en twitter que iría a Guadalix y me ofrecí para trasladar a mis compañeros cualquier pregunta, duda o sugerencia de los fans. Los mensajes que recibí podrían agruparse en cuatro temas: la repesca; la pérdida de contenidos en la trama Sindia-Pepe a consecuencia de la entrada de Sergio; una supuesta protección a Juan por parte del programa que los fans perciben tras la omisión de determinados contenidos y los cortes indiscriminados en la emisión de 24 horas. Aunque no pude subir a Guadalix, echo mano a mi experiencia allí durante diez años para intentar comentarlos. Voy por partes.

Del tema de las 24 horas preferiría no tener que hablar. Nunca, ni cuando estuve allí y hubiera sido razonable que defendiera la reserva de determinados contenidos para el programa, estuve de acuerdo con los cortes indiscriminados en la emisión de 24 horas y cada vez que me cortaron aunque fuera una simple conversación que me había interesado, en medio del cabreo tiré del teléfono para llamar a Guadalix, y conseguir que algún compañero me contara el desenlace de aquello que otro había decidido escamotearme, al mismo tiempo que me solidarizaba mentalmente con los que no tenían a quien llamar y a veces debían esperar varios días para reconstruir la situación que no les habían dejado disfrutar. Aunque estoy de acuerdo en que algunos temas se reserven en exclusiva, no creo, y lo he dicho muchas veces, que los diarios, ni las galas ni el Debate, pierdan espectadores a causa de que estos hayan podido ver en directo la mayoría de los contenidos más interesantes de la semana. Pienso, por el contrario, que cuando el espectador dispone de mayor información es mucho más fiel y, por otra parte, cuando un seguidor de GH ve en directo algo que lo atrapa, está mucho más interesado en ver los vídeos, no solo porque puede comparar entre la situación real y la editada, sino porque el montaje permite recuperar los antecedentes de la historia, las consecuencias, los comentarios  en el Confesionario y todo aquello que la enriquece. Ver buenos contenidos en la emisión de 24 horas no hace perder espectadores. Estoy segura. Y aunque siempre he estado de acuerdo en que se reserven los Confesionarios (no solo porque son el recurso narrativo que permite hilar las situaciones, sino porque muchas veces los concursantes entran allí para hablar de temas relacionados con su salud o con asuntos familiares que no tienen nada que ver con su participación en el programa) no entiendo los cortes de contenidos que nadie puede justificar en la mayor parte de los casos, como cuando nos quitan una fiesta donde está la mayoría para dejarnos ver cómo ronca, durante varios minutos, aquel que decidió no participar. Ya está: ya lo he dicho públicamente. Aunque no se me escapa que decirlo es tarea tan inútil como arar en el mar.

Del tema del triángulo Sindia-Pepe-Sergio, poco para comentar. Primero porque sé que no hay que pedir explicaciones acerca de por qué se decidió meter a novios y exnovios en el juego, como mismo no se explican tantas cosas en tantos programas. Pero personalmente no me gusta que haya entrado Sergio. Ya está. Ya lo dije también. Alguien podría decirme que gracias a ello hay una historia de desamor en la casa, y es verdad. Solo que entre la comedia y el drama, en este caso al menos, yo habría elegido, sin dudarlo, lo primero. Porque, aunque como género me guste el drama, en la vida real lo evitaría siempre que lo pudiera evitar.

Y ahora ya voy con la repesca. Desde el jueves 18 de octubre de 2007, que se anunció que Karen, Paula y Amor podrían volver a la suite con un reserva para que el público eligiera quien entraría a la casa, las repescas han sido uno de los elementos más polémicos de Gran Hermano. Confieso, y esto es primera vez que lo digo, que no me gustó nada el planteamiento esa primera vez. Temía, como en efecto ocurrió, que la vuelta de cualquiera de las tres ex concursantes, con información de fuera y viejas cuentas que cobrar, pusiera la casa patas arriba. Sin embargo, pocas horas después de la nueva entrada de Amor, yo estaba ya agradeciendo el giro que su vuelta había provocado en los contenidos. Y aunque no me gustó que la segunda y definitiva parte de la repesca de GH 10 se dejara al azar de un voto a ciegas, o que la elección de dos de los tres repescados de GH 11 estuviera en manos de sus compañeros, sí que me gustan las repescas, sobre todo cuando no solo el voto es gratuito, sino que se ha dejado en manos de los votantes decidir si quieren o no que se produzca la vuelta de un concursante. Me decían algunos anteanoche que era muy fácil burlar el sistema de votaciones. Reconozco que no controlo gran cosa de IPs y votos a través de Internet y quizás tengan razón quienes temen que algunos se las arreglen para votar más de una vez al día por sus elegidos. Pero ni se ha dicho que el repescado vaya a ser solo uno, ni creo que deba renunciarse a todo lo que puede remover una reentrada en la casa. Y si bien es cierto que los “repescables” han sido expulsados con voto de pago, también lo es que muchas veces las opciones entre los nominados no dejan mucho margen y se va alguien cuya historia querríamos retomar. Y por último, si la entrada de alguno va a significar una semana más de programa, la compro. Esta edición está siendo tan fascinante que sería capaz de comprar cualquier cosa que me asegurara el entretenimiento un poco más.

NOTA: se habrá notado que mencioné cuatro temas y solo me he referido a tres. El cuarto es tan sustancioso que no quiero despacharlo en un párrafo. Volveré. No sé si lo haré en dos días o en cinco, pero es un tema que no pienso eludir. Antes, después, con o sin visita a Guadalix.

LOS PUENTES

Una de las cosas que más me han preguntado en las muchas entrevistas que he tenido desde que comencé la promoción de mi libro, es mi opinión acerca de los concursantes. Curiosamente, a pesar de que he dedicado buena parte de los dos últimos capítulos a hablar de ello y lo considero una de las tesis fundamentales del libro, muy pocos se fijan en lo que he llamado la triple función como concursante-guionista-personaje de quienes participan en Gran Hermano. Ni siquiera parecen muy interesados en que les diga por qué, a efectos del programa, unos concursantes son más valiosos que otros. Lo que me piden, una y otra vez, como si se hubieran puesto de acuerdo, es que les diga algo malo de quienes han pasado por la casa. Me exigen que me “moje”, me lanzan directas e indirectas de todo tipo, me pinchan con los nombres de los más polémicos, y algunos hasta han llegado a recordarme, como si yo no hubiera estado allí para verlos, esos comportamientos que se le antojan más reprobables mientras esperan, con ansia, que refrescándome la memoria, yo diga al fin una palabra que indique descalificación o menosprecio hacia algún concursante de Gran Hermano. De nada vale que haya escrito que para mi el programa es un juego de rol, que sé que quienes participan están compitiendo y que prefiero “leer” cada comportamiento, incluso los menos éticos, solo como parte del juego.

A diferencia de mis compañeros de casting, yo nunca he conocido a los concursantes antes de su entrada a la casa. En el libro he explicado por qué. Solo una vez tuve que saltarme ese propósito, y también lo he contado. Lo más cerca que he estado de ellos antes de su entrada es cuando he visto, uno o dos días antes de empezar, los vídeos de presentación. Como no soy mucho de saraos, tampoco he ido a la mayoría de las fiestas de final de edición, y las veces que he ido, he salido de allí sin haber conversado con ninguno. Cuando hace dos meses empecé con la promoción del libro solo conocía personalmente a cuatro de todos los que pasaron por la casa durante once ediciones. Y a pesar de eso no puedo evitar verles como algo muy cercano. Y lo he pasado mal cada vez que he tenido que recoger en un resumen un gesto o una palabra que he sabido que les pueden costar la salida, y he lamentado cada expulsión y me he emocionado y he padecido con ellos, y me han dolido mucho los insultos y los juicios demoledores que he leído y escuchado durante estos años. Porque una cosa es que ellos no sepan que existo y otra, muy diferente, que a pesar de eso hayan sido y sean muy importantes para mí.

Sé que quienes no han estado dentro del programa probablemente no puedan entender la extraña relación que se establece entre los que trabajamos con contenidos y los concursantes. Mientras ellos están dentro, vulnerables, expuestos, vigilados por cámaras y con millones de ojos pendientes de cada una de sus palabras y cada uno de sus movimientos, nosotros estamos recibiendo todo eso que nos toca organizar y resumir para el espectador, pero estamos también, y al mismo tiempo, pendientes de cada una de sus emociones, de sus bajadas de ánimo, de sus miedos, sus dudas y su soledad.  Y te sientes como un intruso en sus vidas, porque ellos, con toda la generosidad del mundo, la están viviendo frente a ti, frente a todos. Durante meses les conoces mejor que a tus mejores amigos. A veces da mucho reparo saber tantas cosas de una persona que no sabe que existes y te esta dando tanta información. Les ves reír, llorar, pasar hambre, ilusionarse, equivocarse, agobiarse y hasta desesperarse ante tus ojos y no puedes darles una palabra de consuelo. Les ves decir una frase graciosa o un dislate y te ríes y luego lo recuerdas y lo citas durante días. Les ves sufrir por algo y te vas a casa el fin de semana y te preguntas cómo estará pasándolo. Les ves cometer errores que sabes que pueden costarles la expulsión y ansías entenderlos, ponerte en su piel y contar sus historias intentando ser justa. Y sabes que ellos ni se imaginan que estás allí. Pero hay un puente. Aunque ese puente solo se sostenga del lado que da hacia ti.

Hace hoy dos semanas estuve en Tele 5 por cuarta vez en mi vida. La primera fue hace muchos años: había venido de visita uno de los productores con los que trabajé en el Gran Hermano de Colombia y Pilar me pidió que lo acompañara a la gala. La segunda fue en la final de GH 6. Esa noche yo debía ir a Guadalix a hacer el último resumen y me fui a la cadena para salir desde allí y facilitarle a producción el tema del transporte. La tercera fue hace unos días, cuando fui invitada al programa de María Teresa Campos. La cuarta fue el martes 6: iba a tener un encuentro digital y ya, de paso, a conocer a Kiko Hernández. Cuando lo tuve frente a mí y le miré a los ojos, supe que estaba haciendo algo que llevaba deseando hacer desde aquel día en que entró llorando desesperado al Confesionario a decir que quería marcharse. Y nos dimos un largo abrazo con diez años de antigüedad. Aunque esa antigüedad solo existiera de este lado del puente, porque él había sabido de mi existencia hacía solo un mes, y justo una semana antes de ese encuentro habíamos hablado por teléfono por primera vez.

Lo mismo me había pasado en la presentación del libro en Barcelona con Elba, Raquel, Gema, Nacho y todos cuantos pasaron por allí. En Madrid, en la fiesta de Flash-Flash, eran tantos (había 25), que a muchos no tuve tiempo de decirles ni una palabra. Sin embargo, cada vez que cruzaba la mirada con alguno, volvía a recordar todas las cosas que compartió conmigo sin saberlo. Es cierto que todos son diferentes, que no siempre comprendemos lo que hacen, que unos nos gustan o nos convencen más que otros, pero todos tienen una cosa en común: han entrado a esa casa a compartir sus sentimientos y emociones más íntimos y eso es un acto de generosidad. Ellos han sido mi material de trabajo. Si yo fuera pintor, ellos serían mis colores y nadie me pediría que renegara de un color. Así que lo siento por los que no lo entienden y me insisten, una vez y otra vez, en que juzgue y (des)califique, pero ni he hablado ni voy a hablar mal de ningún concursante de Gran Hermano. No puedo ni quiero hacerlo. Porque este puente que durante años se ha sostenido de un solo lado, siempre va a estar ahí. Y más ahora, que ha empezado a encontrar su otra orilla.

LOS QUE NO SABEN LEER

El viernes 24 presentaremos el libro en la librería +Bernat en Barcelona. Ese día Diez años en Gran Hermano: Diario de una guionista, cumplirá cinco semanas en las librerías.

Una de las mejores noticias que puede recibir un autor es que su libro se agota. Gracias a Twitter (donde estoy muy activa como @GuionistaGH) y a Facebook (donde tengo una página con el mismo título del libro) me llegan noticias de varias ciudades donde desde hace varios días ya no es posible hallarlo. Hoy me han llamado de Anaya Multimedia para decirme que se ha encargado a imprenta una segunda edición.

Mientras saboreaba en silencio la noticia, vinieron a mi mente algunos de los comentarios desafortunados que tuve que escuchar cuando empecé a escribir el libro y a indagar acerca de una editorial que quisiera publicarlo. Hay dos, en particular, que me resultaron especialmente desagradables, por todo lo que llevaban de desprecio hacia los seguidores del programa. El primero de ellos fue a propósito de mi respuesta a cuántas páginas tendría el libro. La pregunta me la hizo alguien a través de quien intenté contactar con algún editor. Le respondí que iba por la mitad del trabajo y no podía calcularlo aún, pero que más de trescientas páginas tendría seguro. Y me contestó, con mucho retintín, que dudaba que quienes veían “ese programa” fueran “capaces de leer más de cien páginas”. El segundo fue todavía más cruel. Alguien que muy bien podía haberme tendido algún puente para llegar a algunos editores con mi propuesta, me contestó que ni lo intentara, que nadie estaría interesado en un libro así y, para rematar, agregó una pregunta “¿Tú crees que los que ven Gran Hermano saben leer? Me vinieron a la mente las decenas de miles de comentarios leídos en diversos foros durante años, la profundidad de los análisis, las opiniones expresadas unas veces desde la aceptación y otras desde la crítica, pero siempre desde el amor a GH, y me dieron ganas, como poco, de decirle cuatro cosas. En cambio sonreí y lo dejé estar, porque los ignorantes siempre me han provocado más pena que cólera y porque no soy de discutir sino de demostrar. Así que seguí trabajando durante meses, terminé el libro, y me busqué a unos editores que confiaron en el proyecto y están felices de haberlo hecho.

De todo lo que me han dicho los lectores en estas casi cinco semanas me quedo con una frase: “estoy enganchad@ a tu libro”. Me la han dicho una y otra vez esos que, según aquel insensato, no sabían leer. Ellos hicieron que valiera la pena aguantar desplantes, no desfallecer y llevar esto hasta el final. Gracias. De corazón.

SER TENDENCIA

Antes de todo esto yo no tenía Facebook ni Blog ni Twitter.

En la adolescencia, esa etapa de la vida en que te gustan más los de la calle que los de casa, descubrí, como todos los chicos a esa edad, las ventajas del teléfono. Entonces los teléfonos (al menos en Cuba, donde vivía) estaban todavía atados a un cable y casi siempre condenados a una esquina del salón donde una pequeña mesita, que muchas veces tenía su propia silla adosada, sostenía aquel aparato maravilloso gracias al cual te conectabas con ese mundo de amigos sin el que ya no podías vivir. Para los que se iban lejos (a los cubanos los amigos se nos iban muy lejos y para siempre) estaban las cartas. Recuerdo cómo el fastidio que producía escribir cartas se olvidaba con la alegría de recibirlas. Aunque el proceso de ida y vuelta entre Cuba y aquel mítico lugar llamado Miami, que se encontraba a solo media hora de avión de la Habana, tardara varios meses, recibir una carta de un amigo era siempre una fiesta para el alma.

Con los años y la salida de Cuba llegué al mundo del celular. Recuerdo el día y la hora en que vi uno por primera vez. Eran alrededor de las siete y media de la tarde del sábado 13 de marzo de 1993 y yo acababa de aterrizar en el aeropuerto Simón Bolívar. Había salido de Cuba para ir a Venezuela, donde me habían invitado a impartir clases de guion de cine y televisión. Era mi primer viaje. Cuando salí, las pizarras de información ponían que el vuelo llegaba una hora más tarde, así que no había nadie esperándome. Me quedé allí parada, aferrada a mi maleta, frente a la puerta de salida, esperando a que aparecieran mis amigos Camilo o Constantino, o por lo menos alguien con mi nombre en un cartel. Entonces vi pasar frente a mí a un hombre encorbatado hablando solo. Entre la mano y la oreja llevaba aquella cosa enorme e incómoda que en la Venezuela de 1993 llamaban celular.

Durante tres años y medio me resistí al invento. De nada valió que todo el que me rodeaba insistiera en la falta que me haría tener un teléfono que fuera sonando a toda hora e interrumpiendo cualquier segundo de soledad y silencio. Yo tenía un teléfono en casa y otro en el trabajo y no veía necesidad de nada más. Y así estuve hasta septiembre del 96, cuando la vida me dejó sola con mi hijo y me creó la urgencia de estar localizable a toda hora. Unos meses más tarde me decidí a probar también con Internet. El correo electrónico sustituyó a las cartas de antaño con la ventaja de la inmediatez. Había tardado, pero al fin había entrado en aquella otra dimensión de la comunicación.

Cuando llegué a Madrid para quedarme, a fines del 99, lo primero que hice, antes de buscar techo, fue comprar un teléfono móvil. Lo tercero (después de encontrar piso) fue conectarme a Internet. Durante años, sin embargo, me he negado a moverme de ahí. No tengo ni siquiera el Skype y no me gustan los SMS. Escribo y leo correos a montones, adjunto documentos, sigo blogs, hago investigaciones, rastreo cosas que me interesan, compro y planifico viajes por Internet, pero me había negado al Facebook por más que medio mundo me cacareara sus ventajas, no había sentido nunca la necesidad de escribir en un blog, y Twitter seguía pareciéndome un misterio. Hasta hace poco más de un mes.

Aunque Eugenio, el editor de mi libro, se había cansado de hablarme de las ventajas de la comunicación a través de las redes sociales, yo seguía negada y argumentando que con el móvil y el correo ya tenía bastante. Cuando, con el libro ya en imprenta, se puso muy insistente, supe que estaba ante la alternativa de seguir su consejo o matarlo, así que decidí dar mi brazo a torcer: compré un dominio para alojar mi Blog y me hice una página de Facebook con el título del libro (seguía negada a tener un Facebook personal). Ingenua de mí: cuando creé la página, el “señor Facebook” me creó en paralelo y sin que yo se lo pidiera, un Fb. personal. “Muy bien”, pensé, “si esto no tiene remedio, vamos a rentabilizarlo”. Y entre los nervios que me provocaba la columna cotilla derecha que va corriendo a contarte lo que hizo cada uno; los numeritos de arriba, que tardé un poco en entender; los fantasmitas que salen por abajo a la izquierda  para decirte que no se quién comentó no sé qué; y los «gulp»-«gulp» que te avisan de cada «privado», fui rastreando en busca de viejos amigos dispersos por el mundo. Como la mayoría de ellos vive del lado izquierdo del Atlántico y ni saben de qué va Gran Hermano ni les importa, decidí mantenerlos al margen y dialogar con los fans del programa a través de la página donde son libres de entrar, salir y colgar lo que quieran. De momento lo voy consiguiendo. Aunque me toque explicarle con mucha pena a esos que me piden amistad, que prefiero separar ambas cosas, por no marear a mis antiguos amigos y porque quienes no han visto nunca Gran Hermano no entenderían nuestros excesos y nuestras pasiones.

Con lo que no estaba dispuesta a transigir era con Twitter. Me sentía incapaz de decir algo en un espacio tan pequeño y no acababa de ver su utilidad. Pero Eugenio seguía insistiendo, así que en víspera de Reyes abrí mi cuenta y me propuse intentar entender ese mundo. Demoré cinco días en descubrir la diferencia entre “Inicio” y “Conecta”. Unos 12 en caer en que existían los mensajes privados. A los 15 me enteré de lo que era un hashtag.  Ayer, cinco semanas después de haber creado mi cuenta, ya pasaba de mil quinientos seguidores y era capaz de llevar una vida medianamente normal como tuitera.

La cosa vino anoche. Mercedes, que el día antes había entrado a este blog para decir que el #UHGH del lunes se trasladaba al martes, se despidió diciendo que era el lunes. Al momento la banda superior me puso que tenía 19 interacciones y antes de que pinchara ya eran 26. Todos los que habían visto el comentario el día antes querían saber si Mercedes se había equivocado al despedirse y cuándo era, por fin, #UHGH. Les dije que esperaran un poco, que haría una llamada y aclararía las cosas. En lo que escribí el mensaje me entraron un montón de interacciones más. Llamé a Alvarito, que de milagro oyó el teléfono en medio de ese pequeño caos que se produce cuando termina una emisión de tres horas y media de directo y todo el mundo deja escapar la tensión. Él me explicó que Tele 5 había vuelto a cambiar el programa para el lunes y volví a Twitter y lo conté. Me mantuve un ratito contestando a los que no se enteraban y volvían a preguntar. Y en esas estaba cuando sonó el teléfono. Era Larrauri, que tiene la costumbre de llamarme cuando termina “La vida en directo” en Guadalix. Cuarenta minutos más tarde volví al ordenador y me encontré un mensaje que ponía “Gilda Santana, @guionistagh es ahora una tendencia en Spain trendsmap.com/es.” Pinché el link y se abrió una pantalla con una lista. Mi nombre estaba en el cuarto lugar y si desplegaba podía ver algunos de los últimos twitts donde se dirigían a mí. Pero ¿qué cosa era ser una tendencia?

Lo peor de que te ocurra algo pasadas las tres y media de la madrugada es que no tienes a quien preguntar. Me imaginé que no sería nada malo, pero cuando me fui a la cama me vino a la cabeza Gregorio Samsa que una mañana se despertó convertido en insecto sin entender por qué. Yo iba a dormirme convertida en tendencia sin saber lo que era. Volví a encender el ordenador, hice una captura de pantalla y puse un mail pidiendo ayuda a @nenedelcerro, mi editor y a @aliciaH2010, la chica de prensa de Anaya. Esta mañana al levantarme tenía una respuesta de @blogpocket, que en la vida real se llama Antonio Cambronero y según mi editor es un genio en el tema. Él me explicó lo que era una tendencia, que viene siendo «trending topics», pero en español. Me puse muy contenta. Yo había sido tendencia porque mis seguidores se fiaron de mi y pidieron mi ayuda para aclarar su duda y porque muchos de ellos retuitearon mi respuesta una vez y otra vez. Definitivamente está bien ser tendencia. Aunque si tengo que quedarme con algo, me quedo con que gracias al libro y al insistente de mi editor he aprendido a hacer algo que llevaba doce años queriendo hacer y para lo que, efectivamente, ya no bastaban el correo y el móvil: comunicarme con todos esos a quienes Gran Hermano les gusta tanto como a mí.

CUANDO HAY QUE ELEGIR

Una de las cosas que no disfruto ni disfrutaré nunca de Gran Hermano son las expulsiones. Sé que forman parte de las reglas del juego, pero una vez que los concursantes entran a la casa y comienza a tejerse esa intrincada madeja de relaciones humanas, es difícil que alguien sobre realmente, porque cada uno forma parte de ese delicado equilibrio de convivencia-concurso que nos atrapa desde la primera hasta la última jornada de cada edición del programa.

Pero, me guste o no, no hay amnistías: cada semana sale uno y esta vez está entre cinco nominados: Ochoa, Marta, Hugo, Juan y Mari Joy.  Por alguna razón creo que Marta se sale de este análisis. Su presencia en la casa es tan reciente y su participación tan escasa, que Marta no ha dado aún “razones para odiar”, así que me atrevo a afirmar que hoy no pisa el plató. Otro al que veo fuera de toda posibilidad de recorrer la carretera de las curvas esta noche es a Hugo. Él es de esos concursantes que tampoco suelen darnos “razones para odiar”. Hugo, de quien Raquel Morillas me decía anteayer con mucha razón que le recordaba a Óscar de GH3, y que a mi me recuerda también a Orlando, es de esos que no tienen historias personales en la casa (de momento) y se limitan a convertirse en confidentes de los protagonistas. Hugo es el amigo de Noemí (como Óscar lo fue de Patricia y Orlando de Iván) sabe escuchar, se lo pasa bien (sin excederse), sonríe, y destaca lo justo para que ni se nos olvide su presencia ni nos sintamos molestos con él. Descartados estos dos a quienes intuyo los menos votados, el cerco se cierra sobre tres: Juan, Mari Joy y Ochoa. Con todo y que hay mucha gente a quienes no termina de convencer el cura, si tuviera que apostar, apostaría a que hay muchísimos más que no se sienten urgidos por sacarlo del juego. Y aquí va mi apuesta: todo me indica que las condenadas a marearse esta noche en los doce kilómetros de curvas de la carretera de Colmenar son Ochoa y Mari Joy. Apuesto a que una de las dos no volverá a la casa.

Lo único que tienen en común estas dos concursantes es que ninguna ha sido protagonista de historia alguna y que ambas son parte de un trío. El de Ochoa, junto a Ari y Verónica, con quienes se ha dedicado a conversar, conspirar, cotillear y entretenernos en las noches. El de Mari Joy, junto a Sindia y Pepe (un trío casi ampliado a cuarteto con la reciente incorporación de Marta). Ninguna de las dos, ni Mari Joy ni Ochoa, es la “voz prima” de su trío y eso las asemeja. Lo que las diferencia, es que Ochoa lleva semanas con el mismo repertorio y no hay nada que me haga pensar que va a hacer algo más. Mari Joy, en cambio,  “canta” temas nuevos hasta desconcertarnos y lo mismo se incorpora como contrapunto (y sin ser invitada) al dúo formado por Noemí y Alessandro o al de Michael y Ari, que tiene tiempo y habilidad para interactuar con el resto de la orquesta. Cuando la veo aparecer como una sombra en las conversaciones para preguntar de qué se habla o a qué venía tal o cual tema, no puedo evitar recordar a la impagable Ángela y su habilidad para enterarse de todo y hacer de vaso comunicante. Cuando la veo relacionarse con los chicos, con esa mezcla de inocencia y erotismo, no puedo dejar de pensar en que aún nos tiene reservado lo mejor y puede sorprendernos en cualquier momento. No importa que aún no haya sido protagonista de nada, porque Mari Joy parece haberse reservado el papel antagónico, tan importante en toda historia.

No se me escapa, porque leo opiniones de todo tipo, que hay tantas razones como espectadores para expulsar a una o a la otra. Yo, por mi parte, me quedaría con ambas. Pero, si mi intuición de guionista no me falla, esta noche una de ellas no regresa. Si vuelve Ochoa, ya sabemos: más conversaciones de lo mismo, más confidencias con sus dos amigas y más bromas nocturnas. Si vuelve Mari Joy, no sabemos nada, porque está visto que es inútil hacer previsiones sobre ella. Si me pidieran elegir, me gustaría ver la vuelta de la valenciana, objeto de deseo de más de uno y piedra en el zapato para much@s. No quisiera perderme lo que aún puede aportar su a veces silenciosa pero siempre turbadora presencia.

PRESENTACION DEL LIBRO

Mañana jueves 9 hará tres semanas de que mi libro sobre Gran Hermano ha empezado a tener vida propia después de años de gestación en mi PC y de un largo parto gracias a la Editoral ANAYA Multimedia.

Pasado mañana viernes se hará la primera presentación-firma de libros en FNAC de Callao en Madrid. Habrá otras en otras ciudades. Iré avisando en cuanto tenga fechas.

Realmente no puedo sino dar gracias a mucha gente: a los de ANAYA, que han mimado la edición y se han entregado a la promoción; a los medios de prensa que se han interesado en hacer notas y entrevistas; al Gato Encerrado, que escribió en su blog, el jueves 19, las primeras palabras sobre mi criatura;  a Mercedes, que no solo me hizo un Prólogo hermoso, sino que se ha implicado en todo el proceso antes, durante y ahora y, por si fuera poco, ha puesto una entrada maravillosa en su blog hace seis días; a mi amigo Carlitos Ferrera, que forcejeó durante diez horas con Wikipedia para conseguir que el libro quedara registrado allí; a todos mis compañeros de Zeppelin, casi tan entusiasmados como yo con todo esto; y, sobre todo, a los lectores, que no dejan de sorprenderme con sus muestras de cariño.

Una de las cosas más conmovedoras de todo fue empezar a recibir fotos de esos lectores a través de Facebook y Twitter. Me conmovió tanto, que se lo comenté a Alicia, la chica de prensa de ANAYA, quien tuvo la maravillosa idea de hacer un DVD con esas fotos para ponerlo durante las presentaciones del libro. Estamos en ello. Los que aún no me las han mandado, están a tiempo. Pueden colgarlas en la página de Facebook que tiene el mismo título del libro o mándármelas a twitter a @GuionistaGH. Estaré encantada de incluirlas. Ese DVD será mi pequeño y particular homenaje a todos esos seguidores de Gran Hermano que ya tienen el libro en sus manos.

Espero que podamos vernos en alguna de las presentaciones.

MUCHAS GRACIAS DE CORAZÓN. A TODOS.

RAZONES PARA ODIAR

Una de las preguntas que más me han hecho en estos días en que ando entregada a la promoción de mi libro, tiene que ver con quiénes han sido los concursantes que más me han gustado en Gran Hermano y hasta quién es mi favorito en la presente edición. Por mucho que insisto en que he tenido varios favoritos cada año y que aún es muy rápido y les conozco muy poco como para tener una idea medianamente objetiva, todo el mundo me insiste, desde el día en que entraron, en que dé un nombre. Cuando al fin logro convencer a quien me pregunta de que no tengo un favorito, lo intentan invariablemente con la pregunta contraria “¿Y quien te cae peor? Porque alguien te tiene que caer mal”. Y ahí volvemos al forcejeo y yo vuelvo a sentirme como cuando era pequeña y me preguntaban si quería más a mamá o a papá. Reconozco que a lo mejor tengo un problema, y es que no me gusta mucho recular. Y si uno no quiere ir por la vida desdiciéndose, pidiendo perdón e intentando recoger las palabras, lo más aconsejable es ser observador y prudente. Por otra parte, nunca he sido de las que odian a primera vista. De las que aman, sí. Un par de veces. Pero prefiero no recordar los resultados.

Lo que si tengo claro desde siempre es que los concursantes que me gustan son los que quieren algo. Me da igual si lo que buscan es el amor, el premio, proteger a un amigo o divertirse como niños en la casa. Si un concursante logra convencerme de que no está allí solo viendo pasar los días, ya habrá conseguido al menos que le preste mi atención. Que comulgue o no con su objetivo y su manera de conseguirlo, es otra cosa. Pero me encantan estos primeros días; me gusta verles cómo se entregan poco a poco; me fascinan sus inocentes estrategias para hacernos poner de su parte y pensar como ellos y convencernos de la buena voluntad de sus actos; me atraen sus vaivenes mientras intentan encontrar su lugar en el grupo y me cautiva ese (a veces sutil, otras veces tan obvio) cortejo con el que cada uno intenta seducir a los espectadores para ganar.

Ahora mismo, mientras escribo esta entrada, tengo de fondo las 24 horas. Noemí rasca hielo. Ariadna y Ochoa le hacen un traje a la canaria en compañía de David. Mary Joy se hace cómplice de Pepe, que se come a escondidas algo de la nevera. Azucena dice que el hielo llora. Ariadna cuenta que nunca le gustó Hugo, sino Michael, pero que él le dio calabazas. Juan dormita en un puf.  Ochoa critica la relación de Noemí con los chicos. El bloque de hielo parece una tienda de campaña, todo cubierto de albornoces y toallas. Pepe se inventa una anécdota muy simpática del casting y todos ríen a carcajadas. Azucena le confiesa a Ariadna que cuando salga se va a ir a la Puerta del Sol para vencer la agorafobia (no usa la palabra, pero describe la sensación) que está segura que padecerá. Alguien hace café para otros. Se oyen bostezos y fragmentos de frases. Hay una exhibición de moratones en las piernas, resaca de la prueba del remo. Sindia y Pepe se tumban sobre el hielo y se hacen confidencias. Los del relevo terminan por quedarse dormidos. Y yo, en mi casa, solo puedo pensar en que en dos días se marchará una de las tres chicas que más minutos nos están regalando ahora mismo. Y mientras lamento el poco tiempo para conocerles, me paseo por los foros y leo arengas y discursos para echar, palabras insultantes y juicios ofensivos. Y me pregunto si estaremos pensando en las mismas personas. Y no logro entender cómo, entre tantas historias fascinantes que recién se vislumbran, hay quien encuentra solo razones para odiar.

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